Esta pareciera ser una crónica más de una muerte anunciada. La escasez del vital líquido afecta a varios países y regiones del mundo. Es realmente paradójico que viviendo en un planeta cuyas tres cuartas partes se conforman de agua, padezcamos por la falta de esta. La ciencia ha avanzado en técnicas de desalinización y sin embargo es una tarea aun no resuelta. Se estima que de toda el agua existente en el planeta solo un 3% de la misma es agua dulce y su consumo es intensivo para usos agrícolas e industriales. Las fuentes más relevantes en el suministro las constituyen los glaciares mismos que se enfrentan a una severa crisis derivada del cambio climático y se pierden a un ritmo creciente año con año por los gases de efecto invernadero.
Es claro que los consumidores carecemos de una cultura del agua, lo cual aunado al no adecuado tratamiento para el reciclaje y cuidado de la misma más la escasa o nula inversión en infraestructura de largo plazo, trae funestas consecuencias que ya Monterrey y sus 6 millones de habitantes resienten de forma dramática.
Pero este no es un problema solo de Monterrey y su zona metropolitana, sino que ya lo han resentido también otras ciudades que tienen una mayor dotación natural del recurso como es el caso de Tampico y su zona conurbada que hace menos de un año enfrentó problemas de salinidad producto de obras no realizadas en diques de contención, pero, además tampoco se ha invertido en el dragado y limpieza del sistema lagunario de la zona.
Esto es una clara advertencia para gobernantes y ciudadanos de que, de continuar con esta indiferencia, el castigo será por demás duro por parte de la naturaleza, porque se dice que “Dios siempre perdona, el hombre a veces perdona, pero la naturaleza jamás perdona”.