México, como sabemos, tiene una red impresionante de tratados comerciales con el mundo que suman 13 con más de 50 países, de tal forma que podríamos llegar a alrededor de 1,500 millones de consumidores en el planeta en condiciones preferenciales, pero solo “podríamos” porque en la realidad es solo eso porque al único tratado que le sacamos provecho se llama T-MEC (antes TLCAN) y el único país se llama Estados Unidos, de manera que, un solo tratado, y un solo país hubieran bastado.
¿A que me refiero? A que tenemos cinco tratados insignia y cada uno de los países que los conforman tiene un poder adquisitivo superior a los 45 mil dólares anuales per cápita como el T-MEC (Canadá y Estados), la UNION EUROPEA (TLCUEM), JAPON, TLAELC (Suiza, Noruega, Islandia Liechtenstein y Noruega) y el TIPAT (Australia, Nueva Zelanda y Singapur) y preguntémonos cuanto les exportamos a estos países en relación con los Estados Unidos, a donde mandamos el 80% de nuestras ventas al exterior y solo repartimos un raquítico 20% con los cincuenta y tantos restantes. No olvidemos que dentro de ese bloque de economías desarrolladas tenemos a Israel cuyos indicadores como receptores de productos mexicanos pasan desapercibidos.
Ya habrá ocasión para desmenuzar las estadísticas, pero no hace mucha falta porque la evidencia es tan cruda que no deja lugar a dudas de nuestra clara dependencia del Tío Sam, a quien hay que besarle las botas y tragarnos su jactanciosa expresión de que nos doblaron tan fácil con solo amenazarnos de imponer aranceles a nuestras exportaciones o con interpretar a su antojo las reglas de origen del sector automotriz, para penalizar nuestras exportaciones o con impedir el envío de nuestros deliciosos aguacates, etc.
¿Alguien dijo soberanía?