Debió haber sido a principios o mediados de 1871 cuando el pintor francés Claude Monet se instaló en Argenteuil, una población cercana a París, y que se caracterizaba por ser tranquila y rodeada de bellos paisajes. Según sus biógrafos, el mencionado artista vivió un periodo feliz por casi diez años, en los que se dedicó a trabajar con entusiasmo para consolidar la técnica que lo define en la Historia de la Pintura: el Impresionismo.
Uno de esos cuadros se titula Coquelicots (Amapolas, 1873), el cual muestra un sencillo paisaje campirano, donde se aprecian cuatro personajes: dos mujeres y dos niños, y al fondo entre un horizonte de árboles se distingue una vivienda. Una parte del lugar está cubierto por relucientes amapolas rojas que florecen entre el verdor del campo bajo un cielo de nubes blancas que se esparcen.
Esta sencillez es aparente. Las formas ondulantes del paisaje nos hacen ver una realidad modificada. Comenzando con las flores. Brillan, parecen que se les puede tocar, movidas por un suave viento. Llaman la atención los rostros de los protagonistas sin definición de rasgos —algunos críticos sugieren que una de esas damas es Camille, su mujer, y uno de esos niños es Jean, su hijo—. En toda la composición del cuadro la luz es un elemento mágico. Monet consigue crear un efecto de lentitud bajo los rayos de un sol que no se aparece, pero cuya calidez y presencia pueden sentirse.
Si Meules (Piedras de Molino) está valuado en 110 millones de dólares, Coquelicots debe rondar en una cantidad semejante, y es difícil que caiga en manos de algún coleccionista particular porque se exhibe, o más bien hasta hace poco se exhibía en el Museo Orsay de París. Para su mala fortuna, apenas el primero de junio una joven activista de la Riposte Alimentaire (Respuesta Alimentaria), pegó un horrible cartel rojo adhesivo sobre el mencionado cuadro. Un acto de barbarie en protesta por el Calentamiento Global. El cuadro no tenía cristal protector, por lo cual se espera una labor titánica para los restauradores.
Voltaire no se equivocó al decir que la civilización no suprimió la barbarie sino que la perfeccionó e hizo más cruel. Atentados similares del mismo grupo han sido contra la Mona Lisa de Da Vinci, y La Libertad guiando al pueblo de Eugène Delacroix, dejan en claro que la destrucción del Arte es una consigna que mantienen firme, para llamar la atención de todo el mundo, porque estas obras forman parte del Patrimonio de la Humanidad.
Cada vez podemos convencernos que el enemigo de la inteligencia y de la creatividad artística no son el ejército de un país contra otro, sino los mismos ciudadanos que buscan destruir su riqueza cultural para intentar volver a las etapas primitivas. Lamentable suceso, pero fuera de todo eso, ¿qué culpa tiene Monet?