Los dos partidos tradicionales, muy añosos por cierto, no fueron capaces de pactar una gran alianza con un candidato común para cerrarle el paso a Morena, que con Clara Luz Flores tiene a una de las cartas más fuertes para llegar al palacio de gobierno.
Con esta falta de consenso en el PRI y el PAN, aquí no aplica la expresión de que más sabe el diablo por viejo, sino exhibe más bien demasiados demonios sueltos a los que no pueden disciplinar como en los viejos tiempos.
Cuando el PRI ganaba el carro completo, en la era del partido único, no se amontonaban todos en búsqueda de un cargo que sería seguro. Se disciplinaban bajo la frase de “aquí vas a donde el partido te necesite, no a donde tú quieras”.
Hoy es exactamente al revés y la consecuencia está a la vista: a nivel nacional es la tercera vez que a los tricolores los sacan de la Presidencia de la República en menos de 20 años y en Nuevo León van dos veces que pierden la gubernatura y paulatinamente ceden terreno en las alcaldías.
El PAN está dividido entre la vieja cúpula doctrinaria de San Pedro y los pragmáticos de la neocúpula representada por tres alas: la del grupo San Nicolás, de Zeferino Salgado; la del grupo Santa Catarina, de Víctor Pérez, y el grupo de Raúl Gracia.
Todos estos liderazgos se reparten alcaldías y diputaciones locales, federales y senadurías, pero no han podido (o no han querido) volver al palacio de gobierno desde que Fernando Canales ganó la gubernatura en 1997.
Los priistas aparentan hoy una disciplina que está lejos de ser real, pero al menos mostraron el músculo con cuatro precandidatos y una alianza con el PRD que les servirá para una buena mezcla de colores que diluya un poco las siglas tan desgastadas de ambos partidos.
En el PAN siguen esperando al príncipe azul, tras el rechazo de Clara Luz Flores a ponerse su camiseta. Su plan B es Luis Donaldo Colosio, quien por lo visto aún medita su decisión.
En el fondo, se trata de dos partidos viejos, casi decrépitos, dominados por grupos de poder monolíticos y peor aún, por políticos incapaces de tomar decisiones anteponiendo el interés público al interés personal. No podrán quejarse luego de los resultados.