El inicio de las campañas electorales para gobernador es un parteaguas en la hoja de vida de cada uno de los participantes.
En la pretensión de lograr un cargo tan importante no caben las improvisaciones, por eso las fuerzas políticas más fuertes en Nuevo León, como lo son el PRI, el PAN y Morena con sus aliados, saben que no tienen tiempo para equivocarse.
No es una carrera de ensayo y error, sino una para no acertar y estar a la caza de las fallas del adversario para señalarlo y, de ser posible, exhibirlo como alguien incapaz, inepto para ocupar cargos en los que se requiere no solo tomar las decisiones importantes mediante la reflexión y el análisis, pero también una buena dosis de sangre fría.
Las y los abanderados con más probabilidades de ganar la gubernatura no son improvisados, se trata de perfiles ganadores en elecciones anteriores y muy dispuestos a arriesgar no solo su tiempo, sino todo su capital político en una historia que ya no tendrá reversa.
Solamente una o uno de los siete abanderados registrados para suceder a Jaime Rodríguez se alzará con el triunfo el próximo 6 de junio y el resto de los contendientes tendrá que conformarse con estar por lo menos tres años en el ostracismo político.
Curiosidades aparte, la historia política de Nuevo León marca que quien busca la gubernatura y pierde, muy raras veces tiene una segunda oportunidad, si bien hay dos excepciones que ya se ven como lejanas en el tiempo para las nuevas generaciones.
Una es Fernando Canales, quien perdió en 1985, pero ganó 12 años después, en 1997, y el otro es Natividad González Parás, quien perdió la del 97 contra Canales, pero a la siguiente de 2003, le ganó a Mauricio Fernández.
La otra maldición política es que, quien es alcalde de Monterrey nunca será gobernador, si bien el único que rompió ese hechizo fue Sócrates Rizzo en las elecciones de 1991.
¿Romperá de nuevo la maldición Adrián de la Garza o la coalición de Morena ganará con Clara Luz Flores? ¿Tal vez Fernando Larrazabal o Samuel García den la sorpresa?
Porque en el Palacio de Gobierno solo hay una silla que dura seis años, pero en el último parecen seis minutos.
La moneda está en el aire y el viaje, implacable como el tiempo, no tiene boleto de regreso.
