El pasado 2 de enero titulé mi artículo con las mismas palabras, pero en forma de pregunta. A casi nueve meses después de esa fecha, confronto lo que se vaticinó con lo que ha pasado en el país, y me quedo pasmado por la clarividencia de mis letras:
Hice referencia del magro crecimiento económico que se esperaba en el año, pero no imaginé que los números serían en ese rubro casi del 20 % negativo, hasta ahora.
Escribí de la desconfianza en las regulaciones del gobierno para las empresas, pero tampoco vislumbré que fuera tanta la decepción de las organizaciones con quien manda.
Se mencionó que el desempleo y el subempleo crecerían, pero no a esas cantidades titánicas. Hice notar que las remesas no eran “logro” del gobierno como se ha presumido, pero tampoco creí que fueran a crecer tanto por lo pronto, pues la recesión en Estados Unidos ya está cerca… y el presidente lo sigue anunciando como “principal fuente de ingresos” del país: ¡Perdónalo, Dios!
Acerté en el pobre papel de varios funcionarios públicos, ¡y vaya cómo nos han decepcionado! Reforzando con esto la imagen de improvisados, improductivos y deshonestos que ya hay de México. Y en la parte política, hubo cambios de personas a otro partido y con esto, demuestran lo frágil de su lealtad.
Nunca se mencionó en mi escrito la posibilidad de una pandemia de proporciones apocalípticas, pero ningún gobierno ni empresa, lo tuvimos contemplado.
Sin embargo, lo que queda es la esperanza de algo mejor, de una realidad menos cruel, insensible y poco efectiva en el apoyo a las empresas y, por ende, a las personas.
Le auguro a usted, amigo lector, como decía Alberto Cortez, lo que reste de este sombrío 2020, tenga tiempos de ventura y que podamos sobrevivir como personas, empresa, estado y país.