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Un diálogo por la libertad

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  • Héctor Raúl Solís Gadea

Ayer, en Guadalajara, tuvo lugar un encuentro de intelectuales que puede considerarse histórico: el Foro Internacional Desafíos a la Libertad en el Siglo XXI.

Enrique Krauze, moderador del primer panel, dejó claro el significado del encuentro cuando recordó que hace cerca de treinta años, convocados por Octavio Paz, intelectuales de gran relevancia discutieron en México la experiencia de la libertad.

Soplaban vientos favorables para la democracia, señaló, pero ahora las circunstancias han cambiado y los vientos apuntan hacia otra dirección.

Krauze celebró la presencia de Mario Vargas Llosa aquella vez y su caracterización del régimen político mexicano como una dictadura perfecta. Tal acto, desde su punto de vista, dio impulso a la construcción de la democracia mexicana.

Y ayer, de nueva cuenta, Vargas Llosa acudió a nuestro país a un encuentro similar, convocado por la Fundación Internacional para la Libertad que él encabeza.

El título del foro sugiere un diagnóstico sombrío: las democracias liberales están en peligro y deben hacer un esfuerzo inusitado para sobrevivir. El tema se explica por el arribo al poder, en muchas partes del mundo, de gobiernos con altos niveles de concentración de autoridad y pretensiones de cancelar los derechos políticos de los ciudadanos.

A estas alturas ya no se puede ignorar la preocupación de muchos especialistas por el destino que les aguarda a las instituciones legadas por el orden político que sustituyó a los autoritarismos y totalitarismos del siglo veinte.

Se trata de una inquietud que corresponde a hechos de la realidad. El debilitamiento de las libertades lo podemos apreciar de Venezuela a Estados Unidos, pasando por Rusia, Hungría y Turquía, por mencionar algunos de los países cuyos gobiernos no observan a cabalidad los principios, las prácticas e instituciones que acompañan a la democracia: el imperio de la ley, los contrapesos al poder de los gobernantes, el respeto a las constituciones, la tolerancia de las diferencias, la acción de una sociedad civil crítica y autónoma, el compromiso de garantizar la libertad de prensa, la verdad como premisa del discurso público emanado de las autoridades...

La preocupación, pues, tiene sentido. México no escapa a esta tendencia, aunque todavía no es claro cuál será nuestro destino. Los intelectuales reunidos ayer lo dejaron claro. Vivimos una paradoja: de la fiesta democrática del 1 de julio, pasamos al presente en el que el afán democrático está conduciendo a dar prácticamente todo el poder al ejecutivo quien parece impulsar un programa orientado a capturar el poder del estado.

Aguilar Camín fue enfático cuando señaló lo que a mi parecer es una ironía, la cual, por cierto, ha sido subrayada también por otros analistas para otras latitudes: en México, por medios democráticos, quien ocupa el poder está impulsando cambios que, de manera irreversible, apuntan a la destrucción de la democracia.

No puedo en este espacio hacer justicia a todo lo que se dijo en los tres paneles del foro. Se habló de la necesidad de proteger nuestra Constitución y promover entre los ciudadanos su defensa y su uso como un recurso al servicio de las libertades. También se enfatizó la importancia de fortalecer la sociedad civil, la independencia de la prensa y los medios de comunicación.

Otras voces, como la de Ana Laura Magaloni, pusieron en primer plano la importancia de reconstruir los horizontes de los jóvenes y el aspecto fundamental de impartir una verdadera justicia legal.

Pero hay un punto que llamo particularmente mi atención y en ello me quiero concentrar: se dijo allí, por parte de varios de los panelistas, la importancia de aprender de todos estos años de la transición democrática, la necesidad de hacer un balance de lo alcanzado y lo que quedó pendiente --reconocer errores e insuficiencias--, pero también valorar lo que tenemos (que no es poco).

Por momentos, se hizo un llamado casi desesperado a la tolerancia por parte del partido en el poder para quienes no piensan como él. Y no quedó allí la propuesta: también se mencionó algo fundamental que documenta la esperanza: el hecho capital de modificar el talante del debate público mexicano. Poner en el centro la disposición a la escucha del otro, el reconocimiento de los argumentos.

Es mi convicción que en estos tiempos difíciles que vive la nación, el diálogo verdadero entre el gobierno, los partidos, los intelectuales y las distintas expresiones de la sociedad, es el único camino posible que tenemos. Aprendamos, por fin, que México es una pluralidad irrevocable: todos, con nuestras diferencias y particularismos, tenemos derecho a ser reconocidos por el Estado y sus instituciones. Y que para poder cohabitar pacíficamente necesitamos respetarnos y respetar las leyes que nos hemos dado. Y necesitamos garantizar horizontes de futuro a la compleja conformación humana y cultural de México.

Por eso, la libertad requiere diálogo.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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