Política

¿Por qué ser justo y no injustos?

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  • ¿Por qué ser justo y no injustos?
  • Héctor Raúl Solís Gadea

(segunda parte)


Al argumentar sobre la posibilidad de la justicia y el bien, Sócrates parece partir de una visión “idealista” en el sentido de aludir a algo que no puede existir en este mundo concreto:

“... todo hombre que gobierne, considerado como tal, y de cualquier orden que su autoridad sea, no se propondrá jamás, en aquello que ordene, su interés propio, sino el de sus súbditos. A este fin tiende; para procurarles todo cuanto les sea conveniente y provechoso dice todo lo que dice y hace todo lo que hace”.

Contra tan ilusa pretensión, le responde, implacable, Trasímaco:

“... te figuras que los pastores piensan en el bien de sus rebaños, que los engordan y cuidan con otras miras que las de su interés propio y del de sus señores... Tan lejos estás de conocer la naturaleza de lo justo y de lo injusto, que incluso ignoras que la justicia es un bien para todos menos para el justo; que es útil para el más fuerte, que manda, y nociva para el débil, que obedece; que la injusticia, por el contrario, ejerce su imperio sobre las personas justas que, por simplicidad, ceden en todo al interés del más fuerte, y sólo se ocupan en cuidar del interés de aquél, sin pensar en el suyo propio.”

Pero el idealismo de Sócrates no es tal porque reconoce que un orden de las cosas organiza la realidad de ciertas maneras. El proceder humano no ocurre sin más: está sujeto a la acción de causas y provoca determinados efectos, buenos o malos, útiles o inadecuados, para quien lo realiza y para la polis o ciudad. Es nuestra ignorancia de los principios sobre los que se funda el orden de las cosas la que nos hace seguir un comportamiento ventajoso sobre los demás y dejar de considerar las consecuencias de nuestros actos.

Porque nos equivocamos, la justicia y el bien parecen inalcanzables. Vivimos en una caverna aprisionados por grilletes. Las sombras nos impiden mirar la realidad, el sentido auténtico del mundo y de nosotros mismos: la fuente de donde se deriva la armonía del cosmos y la verdadera vida de nuestras almas. Ignorantes, no podemos identificar ideales de valor –como la justicia y el bien– con los cuales iluminar nuestra conducta.

Los hombres habremos de pagar un precio muy alto por ser injustos o crueles. La factura que la vida nos pasa se presenta en dos planos: 1) El del mundo --la polis-- que no será estable mientras la mayoría de los ciudadanos (y sobre todo los gobernantes) no actúen con arreglo al propósito de hacer imperar la justicia y el bien. 2) El del alma, que jamás encontrará la paz y la verdadera felicidad mientras no acomode sus actos conforme a lo que dictan los ideales que organizan el cosmos.

Sobre la base de estas creencias, sobre todo a partir de la idea de que a cada profesión le corresponde una manera correcta de proceder, Sócrates fundamenta una crítica a Trasímaco y una fundamentación de la posibilidad de construir un orden en el que impere la justicia:

“Nos has dicho que el pastor, en cuanto pastor, no se cuida de su rebaño por el mismo rebaño, sino al modo que un cocinero que lo ceba para un banquete, o como un mercenario que quiere sacar de él dinero. Ahora bien, eso es contrario a su profesión de pastor, cuya única finalidad consiste en procurar el bien del rebaño que le es encomendado, porque, en tanto que la tal profesión conserva su esencia, es perfecta en su género, y con eso tiene todo aquello que necesita. Por la misma razón creía yo que estábamos obligados a convenir en que toda administración, así pública como particular, se ocupaba únicamente del bien de aquella cosa que le estuviese encomendada”.

Ejecutar la profesión conforme a su esencia verdadera trae su propia recompensa. La clave es cumplir con el fin que cada oficio implica. Así como al médico le corresponde cuidar la salud de su paciente, al gobernante le obliga traer el bien para sus súbditos. Si esto ocurre, la vida de la polis se organizará para traer el bien común de todos los ciudadanos y cada quien se ocupará de cumplir adecuadamente con su oficio.

La salida socrática para construir un orden justo —una buena sociedad— consiste en reivindicar la posibilidad de que los seres humanos examinemos constantemente nuestros actos y los juzguemos contra los ideales de valor que organizan un orden cósmico armonioso. El anillo de Gyges (véase mi colaboración de la semana pasada) me puede hacer invisible ante los demás, pero no ante el otro ser que soy yo mismo, el otro que siempre me acompaña y que mira y juzga mis actos. Si procuro su amistad, tendré que realizar el bien.

Cuando eso no ocurre, cuando, por ejemplo, los gobernantes actúan incorrectamente, los regímenes y las constituciones se degradan e inician ciclos de decadencia y destrucción: la monarquía deviene en tiranía y la aristocracia en oligarquía.

En última instancia, para Platón, es en el alma del ser humano, en su belleza interior profunda y en su capacidad para resplandecer el bien, donde radica la posibilidad de construir un orden social mejor, bueno y justo.

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