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El hoyo

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  • Gustavo Guerrero

Resulta peculiar que una película como “El hoyo” haya sido lanzada en esta época de distanciamiento social y reclusión, ya que parte de su trama aborda la empatía, la solidaridad y la preocupación por el prójimo. Este thriller psicológico español funciona como una perfecta alegoría de diversos temas, como la desigualdad social, la lucha de clases y el hambre. Absorbe el poder de persuasión del uso de la violencia, del sadismo y de la ironía para instigar al espectador. Sin embargo, ¿la reflexión propuesta no acaba perdiéndose dentro del grotesco y sangriento ambiente sombrío propuesto por la película? En partes, digamos que sí. De hecho, dosificar el nivel de gore con perfectas críticas sociales es una tarea ardua y muchas veces mal desempeñada.

El guion de “El hoyo” acaba apegándose excesivamente a la violencia gráfica, algo que puede desentonar con su objetivo, a pesar de que el uso de la sangre y otros elementos siniestros sirvan para la construcción astuta del suspenso, ya que la historia en sí misma es simplista, pues muestra la vida de un hombre que despierta en una especie de prisión con cientos de pisos. Una vez al día se presenta a los prisioneros (dos por piso) una mesa repleta de comida por cada uno de los pisos y los presos tienen apenas unos cuantos minutos para comer. Como los prisioneros de los primeros pisos de ese lugar reciben más comida, conforme la plataforma desciende, menos y menos comida sobra para los demás. Es este juego sádico y bizarro lo que agrega singularidad a la obra. La narrativa se intensifica conforme el protagonista, que ingresa a la prisión de manera voluntaria, decide driblar las reglas del lugar para intentar cambiar el sistema. En medio de tantas metáforas y referencias bíblicas, inclusive la gula y los pecados capitales, el texto es rico al soltar sus misterios y no se preocupa por dar respuestas.

No, no es ese tipo de película que entrega al espectador todo masticado, pues muchas preguntas deben quedar para la reflexión y la interpretación personales. Por otra parte, el elenco es esencial. Iván Massagué tiene una actuación impecable como el sufrido protagonista que, además, parece haber sido diseñado bajo la imagen de Don Quijote de la Mancha (inclusive, el objeto que escoge para llevar al lugar de reclusión es el libro de Cervantes). Además de eso, el diseño de arte consigue crear un ambiente macabro, frío y sombrío, lo cual produce una sensación de angustia. Sin que sea un spoiler, la terrible moraleja de esta obra es acusar el egoísmo como condición humana de nuestros tiempos.

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Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
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