Cultura

Las últimas palabras

Recuerdo que, en Madrid, justo en la presentación de El canto de la ceniza, el sabio gallego Antonio Domínguez Rey sentenció: 

“en tu libro hay múltiples alusiones a la muerte. 

¿Sabes qué significa?” Respondí “No, dime”. 

Y respondió: “porque tienes muchas ganas de vivir”.

Recibí el mensaje con saludable desconcierto, pero tuvo razón. Pienso ahora en la obsesión por las últimas palabras.

Sí, sí, sí, una obsesión que colonizó la mente del premio Nobel Vicente Aleixandre, obsesión explícita en sus Poemas de la consumación (1968): la senectud y el señero misterio de la muerte.

Sin embargo, ahora, cuando soy más hueso que carne (y no estoy enfermo), me centro en dos ejemplos magníficos de últimas palabras. 

El primero, en aquel magnicidio en Uruguay, retratado con impar pluma por Jorge Luis Borges en El libro de arena (Avelino Arredondo): el homicidio del presidente Juan Idiarte Borda. 

Qué curioso: una fecha gemela al nacimiento de Borges, dos años antes y un día después: 25 de agosto de 1897. 

¿Cuáles fueron sus últimas palabras frente al club Uruguay? ¡Ah! Tras la bala que impactó en el corazón el presidente exclamó, casi exánime, “estoy muerto”.

El otro ejemplo me obliga a tele-transportarme a varios siglos antes de Cristo, a la batalla de la Maratón, al recorrido que culmina con el fallecimiento de Filípides, después del fatigoso recorrido de Atenas a Esparta. 

¿Cuáles fueron sus últimas palabras casi exánime?: “Alegraos, vencimos”. 

Y aquí me detengo. La terca obsesión por las últimas palabras. 

Va que va.

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Gilberto Prado Galán
  • Gilberto Prado Galán
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