Cultura

Las estratagemas retóricas de “El muerto”

Afirma Emir Rodríguez Monegal, en la nota 58 de su Ficcionario que al menos tres cuentos de la narrativa de Jorge Luis Borges tienen que ver con el incidente, ocurrido en 1934, de la pulpería uruguaya, en aquel viaje donde gozó de la compañía del autor de El paisano Aguilar, nadie menos que Enrique Amorim. 

Así narra Rodríguez Monegal el incidente: “Un día en que Borges tomaba una copa con Amorim en una pulpería, vio a un hombre ser asesinado a pocos pasos de donde él estaba” (Op. Cit., p. 456). 

Los cuentos mencionados por el crítico uruguayo son “El muerto”, “La forma de la espada” y “Funes el memoriso”, estos últimos pertenecientes al libro Ficciones.

En “El muerto”, de modo similar a lo que ocurre en “La intrusa”, sabemos desde el umbral de la historia la suerte del protagonista Benjamín Otálora incluso el modo y el lugar de su muerte: 

“que murió en su ley, de un balazo, en los confines de Río Grande do Sul”, esto es, en la frontera entre Uruguay y Brasil. 

No sabemos, en atención a lo que los teóricos llaman el enigma central del código hermenéutico, quién lo mató y por qué lo mataron de ese modo. 

La resolución de este par de incógnitas forma la entraña de la intriga que alienta el relato. 

El cuento se publicó la primera vez en la revista Sur en noviembre de 1946 y es el segundo en orden de aparición, tras “El inmortal”, en el libro El Aleph (1949). Aquí me detengo.

Dice el protagonista narrador que hacia 1891 Otálora cuenta 19 años. Sabemos que será asesinado cuando tenía 22: “La última escena de la historia corresponde a la agitación de la última noche de 1894”. 

Dice que Otálora come con los hombres del infame establecimiento “El suspiro” cordero recién carneado y que beben un alcohol pendenciero. 

Jaime Alazraki en Borges and the Kabbalah and Other Essays on his Fiction and Poetry dice que “el alcohol pendenciero” es una hipálage también mencionada en “La intrusa”. 

Yo la leí por primera vez en la obra de Borges en Historia universal de la infamia, justo en el relato atañedero a Billy the Kid: 

“El asesino desinteresado Bill Harrigan”. Ese mismo adjetivo es perceptible también en el artículo “El tango pendenciero”. 

En el pórtico de la historia sorprende otra hipálage: “puñalada feliz” que muestra orgulloso Otálora. 

En rigor quien es feliz es el hombre del suburbio de Buenos Aires y no la puñalada en sí misma. Continuaremos la segunda parte en la próxima semana. 

Muy feliz jueves. ¡Ah!

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Gilberto Prado Galán
  • Gilberto Prado Galán
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