Hay una frase perturbadora del supremo varón literario, José Martí, como lo llamó Alfonso Reyes, y que es ésta: “desventurado el hombre que agradecer no sabe”.
Yo recuerdo (que recordar es volver a traer al corazón), que Martha Alicia Félix Murga, vecina de mi santa madre, me prestó con una generosidad sin orillas los libros de psicología para que pudiera, en esos años duramente humanos, como diría Silvio Rodríguez, culminar mi carrera.
Y pasó el tiempo, y pasó un águila por el mar. Vuelvo a José Martí. Hay en la vida detalles imperecederos.
Yo estoy eternamente agradecido a ella por un gesto tan generoso como desinteresado.
Ella ya partió, pero estoy seguro de que goza La Paz eterna. Mi gratitud se extiende a los Raúles Félix, padre e hijo.
¿Por qué? Porque han sido con mi madre, conmigo y mis hermanos, nobilísimos (que es el superlativo de nobles) amigos.
No me quiero extender más: recordé con cariño aquel gesto de munificencia inolvidable.
Que Dios arrope en su inmenso regazo a Martha Alicia Félix Murga.
¡He dicho!