Calambur, avisa el diccionario, es "circunstancia aprovechada como chiste o adivinanza y, a veces, como recurso literario, que consiste en que las sílabas o letras de una expresión tienen significado completamente distinto variando el lugar de separación de las palabras: ato dos palos/a todos palos" (María Moliner).
Decía Bernardo Ruiz que se aprende más en los bares que en los congresos. Y tiene razón.
Alguna vez escuché en un bareto de la CDMX a mi querido amigo Alejandro Toledo quien deslizó un delicioso calambur: "yo me ofrezco/yo meo fresco".
Acaso el más famoso calumbur de nuestro idioma es el que, también en una cantina, me compartió mi llorado colega Víctor Sandoval, y que despunta en el umbral de la primera égloga de Garcilaso de la Vega (el español):
"El dulce lamentar de dos pastores/el dulce lamen tarde dos pastores".
Yo por mi parte me desperté hoy con un calambur tatuado en mi mente y es, ni más ni menos, que el sinónimo del alpinista: "escalofrío/escaló frío".
Estos juegos, aparentemente inanes, entrañan o implican un ingenio sutil, una imaginación impar como, por ejemplo, "de fe candorosa/defecando Rosa".
Hay unos menos vulgares y acaso más finos: "se sostiene/sesos tiene".
Por eso hay que buscar la esencia íntima del calambur, por ello apodo esta columna como "azares del calambur".
¿Se acuerdan? Del grupo sin grupo, del archipiélago de las soledades refulge en uno de sus nocturnos el calambur clásico, logotípico, emblemático, de nadie menos que Xavier Villaurrutia, y es éste: " y mi voz que madura/y mi voz quema, dura". O algo así.
Cito de memoria y, por fortuna, la memoria humana es porosa, falible. Cierro el artículo con uno simpático, coquetón, que no recuerdo donde lo leí, pero que no disimula su filiación hilarante:
"¿En tren o en auto deportivo?", y su correlato: Entreno en auto deportivo".
Los azares del calambur. ¡Ah!