A Gil le dio por recordar a Luis González de Alba este dos de octubre, articulista inolvidable de su periódico MILENIO. González de Alba quiso que esa fecha emblemática marcara el día en que se quitara la vida. En su libro último Tlatelolco, aquella tarde (Cal y Arena, 2016), este líder del movimiento del 68 contó su versión de aquellos días negros. Gil arroja estos párrafos a esta página del fondo.
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“¡No corran, compañeros! ¡Es una provocación!”. La gente sigue huyendo… ¿provocación? ¿con helicópteros y bengalas señalizadoras que les caen en la cabeza? Levanto la vista y, para mi sorpresa, los soldados ya no están sobre el puente. Pienso, con ingenuidad, que vieron un mitin tranquilo y sus mandos los regresaron a sus caminos. Oigo disparos, lejanos, no distingo el rumbo.
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En todas las crujías de Lecumberri, apuntadas hacia el torreón de vigilancia como los rayos de una carreta (había sido el sistema panóptico, que permitía vigilar todas las crujías desde un mirador alto, la modernidad de 1900) los presos entraban y salían de sus celdas al patio central de la crujía. Aún quedaba el sistema cerrado para todas las celdas con una sola palanca pero capas de pintura lo habían inutilizado, así que no era posible salir de la crujía, pero sí ir y venir entre celdas.
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En la celda de Raúl, cerrada por dentro por nosotros para el caso, me propusieron un proyecto que de inmediato acepté: escribiríamos nuestra propia versión de los hechos, desde el conocimiento de cada detalle que teníamos los dirigentes. Yo haría el relato y ellos dos (Raúl Álvarez Garín y Gilberto Guevara Niebla) el análisis político de cada momento, según dijeron.
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Terminé la narración sin que Raúl y Gilberto hubieran escrito ni una línea del análisis. Leí y releí mis copias y acabé observando que la simple narración de los hechos, puros y desnudos no necesitaba de más: el análisis político estaba ahí: en los datos, a la vista del lector sin más ayuda que los hechos. Añadí la vida cotidiana en Lecumberri, comenzando por el asalto de los presos comunes para romper nuestra huelga de hambre el 1 de enero de 1970, con la que exigíamos dar inicio a nuestros procesos, y terminando con Tlatelolco. Hacia atrás. Lo entremezclé con la narración en orden cronológico normal, de julio a octubre, y lo guardé en una carpeta: no conocía ningún editor. Una copia se la llevé a Revueltas, preso en la crujía M, yo estaba en la C, pasándola con permiso del guardia a través de la reja. Revueltas tardó meses en leerlo y escribir un largo y acucioso ensayo con su teoría de la novela. Mucho Hegel, Kant, Marx. Me lo hizo llegar. Traía fecha de noviembre de 1970. Mi libro estaba en la imprenta para entonces, así que no hubiera podido modificar nada si lo hubiera sugerido Revueltas.
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Un domingo me avisaron que tenía visitas en mi celda, yo andaba en el patio. Subí y estaba Elena (Poniatowska) acompañada de una muy guapa mujer, piel canela y ojos verdes, como hermana de mi hermano Arturo. Elena me la presentó:
—Mira, Luis, te presento a tu editora…
Se trataba de Neus Espresate, directora y copropietaria de la editorial Era (por ella comienza con E). Mi relato iba a ser publicado por una editorial que me gustaba por su orientación política y sus diseños: Vicente Rojo (la R del nombre) hacía libros muy hermosos, de magníficas portadas…
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“Neus me comentó ese domingo, en mi celda, que en Era habían observado que no había puesto título a mi relato, y me sugería la palabra con que termina: cicatriz. «…son ya una cicatriz». La cicatriz. Lo pensé cinco segundos y no me gustó el tono herido.
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Cuando añadí la vida carcelaria, que ya iba para dos años, había pensado: Los días y los años. Le gustó y además era la propuesta del autor”.
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Como todos los viernes, Gil toma la copa con amigos verdaderos. Mientras el mesero se acerca con la bandeja que soporta el Grey Goose, materia prima de los gansos salvajes, Gamés pondrá a circular las frases de Groucho Marx por el mantel tan blanco: “La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.
Gil s’en va