La noche del viernes 25 de septiembre Morelia estuvo de luto. Entre la catedral y el palacio de gobierno de Michoacán se encendieron las luces de velas y celulares y retumbó con fuerza la voz de cientos de mujeres —principalmente— y hombres que exigían justicia por una joven asesinada. Su nombre es Jessica, tenía 21 años y, para quienes no la conocíamos, su hermano se hizo cargo de mostrarnos una pequeña parte de su vida: ella estaba emocionada porque acababa de iniciar el ciclo escolar como maestra de primaria en Guanajuato. Así la recordaremos.
Su caso nos muestra una vez más cómo las redes familiares, de amistad y comunitarias se activaron más velozmente que las redes policiales. Los familiares, prácticamente sin apoyo, siguen sus líneas de investigación porque el proceso de los ministerios públicos está diseñado para cuidar las estadísticas oficiales más que a las víctimas. La falta de respuesta de los procedimientos institucionales a dolores sociales cada vez más profundos ocasiona que estos sentimientos tomen otros cauces: la protesta pacífica, la protesta violenta u otras como la toma de la CNDH. Desde luego, no es la primera desaparición ni el primer feminicidio en la ciudad, pero la respuesta de las y los morelianos sí fue distinta. Ahí estaban las feministas, siempre presentes, gritando las consignas, cantando rabiosamente, dignamente, la necesidad de vivir sin miedo, pero lo hicieron frente a mujeres y hombres que muy probablemente experimentaban por primera vez de esa forma el espacio público. No eran los especialistas en protestar que los morelianos hemos visto siempre, sino clases medias que no eran proclives a la movilización.
Es evidente en ello, y en las redes sociales entre personas de mi generación, que el reclamo por los feminicidios tiende a ser creciente, a generar una nueva sensibilidad en todo el país. En Facebook, por ejemplo, las mujeres se hicieron parte de un reclamo tan urgente como obvio: “nací para ser libre, no asesinada”. Por supuesto que esta nueva sensibilidad tiene sus reflejos machistas y resistencias: muchos hombres respondieron con otro lema: “nací para cuidarlas, no para matarlas”. Ese lema, por bien intencionado que sea, refleja el cuidado machista del imaginario colectivo. Es machista porque supone una vulnerabilidad intrínseca de las mujeres, así como la potestad de decidir cuidar o matar. El problema reside justamente en que una sociedad donde alguien puede tener esa disyuntiva está ya enferma, supone ya que el respeto es opcional, que no se trata de un asunto de empatía sino de protección masculina, de una sociedad que da por sentado que las mujeres deben ser cuidadas por ser mujeres, que es inevitable que eso pase, que los riesgos son normales y que su reverso no es el respeto sino la protección. Ese universo moral es el que deja que opinen públicamente nuestros cuerpos, que circulen nudes, que acosen en el espacio público. Para ese discurso machista, son riesgos natos que deben solucionarse con la protección de los protectores natos, no con el simple respeto a la dignidad humana de las mujeres.
Otra expresión de resistencia fue de quienes decían “ni una menos, ni uno menos”, un reclamo que sólo surge cuando hay protestas por un claro feminicidio. Se trata de intentar igualar todos los asesinatos, secuestros, desapariciones, de eliminar las condiciones específicas de género. Y si no entendemos la especificidad de los feminicidios, que es el motivo mismo de que un caso suscite tanto dolor colectivo, poco cambiaremos.
Podemos concluir que son necesarias las redes de acompañamiento y cuidado comunitario (que suplen muchas veces las deficiencias del Estado), pero no sobre la base del machismo protector, sino del autocuidado colectivo. Y es evidente que falta también representación política para las mujeres agraviadas del país. No sólo nos falta Jessica, nos falta Martha, María Luisa, Gloria, Brenda, Elsy, que siguen desaparecidas en el estado de Michoacán —y en México nos hacen falta miles de mujeres más—. Esa falta no se cubrirá con comprometidos discursos de funcionarias federales, menos con la negligente actuación de las fiscalías de los estados. La pregunta, más bien, es la siguiente: si incluso las clases medias de ciudades conservadoras empiezan a formar parte de este reclamo colectivo, ¿qué cauces habrá de tomar ahora?