La mejor forma de ser agradecidos con nuestros abuelos, es mantenerlos integrados a la agenda diaria de todas las cosas importantes de nuestra vida. No excluirlos ni marginarlos. El valor del agradecimiento tiene que hacernos ver en ellos una gran inspiración, un tomar conciencia de todas las cosas buenas que hemos recibido de su parte. Entender la vida como un círculo en el que ahora nos tenemos que convertir en quienes los cuidan y guían sus pasos; de la misma forma en como lo hicieron ellos en nuestra infancia.
Agradecer es no recluirlos en una habitación de la casa, sino integrarlos a las convivencias e interacciones familiares. Visitarlos y poner la atención total en ellos y en su charla, no distraídos en un teléfono o en asuntos personales pendientes.
Tener abuelos es una bendición, sobre todo cuando los miramos jugar con los nietos; y tenemos que entender que su rol en la vida es consentirlos y mimarlos. Educarlos no es su función. Esos niños para eso tienen a sus padres.
Cuando los abuelos terminan su ciclo laboral, esto no significa parálisis; por supuesto que tenemos que cuidarlos, pero al mismo tiempo, permitir que continúen activos en ambientes y escenarios acordes a su salud y capacidades, sin ponerlos en riesgo. Para ellos es muy importante darse cuenta que siguen siendo personas que aportan muchas cosas a la familia y a la sociedad.
Y sin duda, algo que nos permite valorar grandemente su experiencia, es escucharlos contar sus historias. No importa si son repetidas, lo importante es mantener un canal de comunicación amoroso y cordial con ellos. Nunca dejamos de aprender; su sabiduría está ahí siempre disponible.
Una de las grandes paradojas de nuestra época, es que nuestros viejos se las ingeniaron en su tiempo para cuidar a muchos hijos cuando las familias eran muy numerosas; y ahora, en algunas familias ninguno de tantos hijos “tiene tiempo” para cuidar a sus padres o abuelos.
Seamos hoy congruentes en el amor con ellos, para no vivir mañana en la culpa y el arrepentimiento.
Recordemos que las lágrimas más amargas que se derraman sobre una tumba, son siempre por aquellas cosas que no se hicieron y que no se dijeron.