Cultura

Ayer soñé con Leonora

El sueño, que de sombras está compuesto, sucede sin avisar. Así me encontré de pronto estando afuera de la casa de mi abuela materna. La luz de la luna bañaba la larga privada. En medio sobresalían unos grandes terrones de cerámica esgrafiada con signos y letras multiplicados por un camino laberíntico hasta perderse en el horizonte. Desde ahí vino caminando Leonora Carrington hasta mí. Su cabellera era una cauda luminosa y el resplandor detrás de ella iba borrando el discreto tono de la noche.

     —El Xipetotec, Nuestro Señor el Desollado, ese dios primordial que desenterraron hace poco, es un enviado que trae un mensaje. Debes atenderlo —dijo.

Esta vez la pintora era joven y, como notó quien la conociera entonces, su penetrante mirada estaba hecha de alma tanto como su belleza. Anhelé que el encuentro durara un poco más, quise decirle algo sin lograrlo, pero la rueda onírica de la fortuna se movió.

Si hay perfumes que penetran la materia y se filtran en el cristal, igual hay sueños que perduran más allá del tiempo. Traté de cumplir el encargo de Leonora, busqué explicaciones y consulté diccionarios sobre el valor simbólico del desollamiento. Pasaron por mis manos varios volúmenes e intenté elaborar una hipótesis sobre el mensaje, el mensajero y su sentido.

Al principio creí que la urgencia con la que cumplí mi tarea era debida al deseo de volver a ver a Leonora. Luego pensé que el mensaje, el mensajero y su sentido a desentrañar significaban, ellos mismos, reunirse con Leonora. Juego con la filología de la palabra: comprender significa entrar a, participar de, reunirse con. Entender lo que esta nigromante me indicaba era la forma de estar con ella.

No encontré el recorte de periódico donde se publicó el hallazgo arqueológico, pero supe que había sido en el centro de la antigua geografía sagrada azteca. Descubrimiento y significado. Deidad bifronte, este dios desollado auxiliaba a los hombres al representar la semilla recién plantada que se transforma destruyéndose para ser una planta, pero al mismo tiempo los castigaba mediante torturas, sacrificios y enfermedades. ¿Cuál era la función con la que ahora aparecía: como una germinación o como un descuartizamiento?

La lógica de los días indicaría que la segunda función, la emergencia del horror, era el contenido del mensaje. Pero me detuvo en aquella sugerencia mi memoria de Leonora. Si hay recuerdos que sólo son la última vez que se convocó ese recuerdo, hay otros tan icásticos como el sortilegio de esa mujer de conocimiento cuyo sexo parecía ser de agua, de tierra, de aire y de fuego.

Volví entonces los ojos a esta persona que llamo yo. La tradición hermética explica el desmembramiento como un proceso de separación donde los elementos de nuestra naturaleza son distinguidos, separados y discriminados, requisito necesario para la integración subsiguiente. Su fórmula es sencilla: disuelve y coagula. La destrucción de la vieja personalidad física y psíquica que debe preceder a su transformación.

Ayer soñé con Leonora, el escenario era el mismo de antes, los grandes terrones esgrafiados y mi emoción incandescente. Me dijo que los cuatro elementos representan dimensiones de la conciencia: la tierra es el cuerpo y la sensación física, el agua es el nivel emocional o sensible, el aire es el mental y el fuego es el nivel intuitivo, perceptual.

Me encomendó tres tareas: reconocer mi fragmentación, mi condición desollada, los momentos disociados que vivo durante el día; dirigir una voluntad sostenida hacia la metamorfosis propia; y luchar para alcanzar una orientación integral. “No te disperses en lo múltiple”, dijo, “busca en ti mismo la totalidad”.

Nuestro Señor el Desollado reveló el motivo de su segundo advenimiento urbano, el cual puede leerse desde un contexto múltiple o en una dimensión personal. Espero ansioso un nuevo encuentro con Leonora para mencionarlo. O sólo para escuchar de sus labios que los símbolos hacen pensar y que pensar es aprender a ver las diez mil cosas en su unidad. O quizá para saber qué entiende por totalidad.

Mientras una araña se alza a sí misma en su hilo, el mensaje y el mensajero cumplen con su tarea. La disolución de las perspectivas fijas, las formas del pensamiento recibido, las estructuras defensivas. Leonora camina por ese laberinto, un sueño intenso y arbitrario o una vigilia que de verdad sucede. Me explica que para desatar cualquier nudo debe saberse cómo fue atado, que así se descorren los velos de la ilusión.

     —Es como ir pasando de una pequeñez a una inmensidad, de una inquietud a un descanso: ataraxia —susurra, tan cerca de mí que respiro su aroma y percibo el pulso de su piel.

Su cabellera roza mi rostro y sus labios húmedos se acercan. Estoy a punto de besarla pero vuelvo a despertar. ¿Podré comprender?

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Fernando Solana Olivares
  • Fernando Solana Olivares
  • (Ciudad de México, 1954). Escritor, editor y periodista. Ha escrito novela, cuento, ensayo literario y narrativo. Concibe el lenguaje como la expresión de la conciencia.
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