En todos los periódicos ha habido titulares parecidos: “Mexicanos viajan a EU para vacunarse”. Algunos anuncian la oferta: “¿Cuánto cuesta un paquete todo incluido para vacunarse…?”, El País se decanta por la demagogia: “Los mexicanos más ricos se están vacunando en EU”. No es realmente una noticia, ni es novedad ni tiene importancia. Pero tiene un atractivo morboso, la gente se avergüenza: cuando habla alguno de los que viajan, “prefiere no dar su nombre”.
El problema es el dinero, por supuesto. Pero no está claro el motivo. Para tratar de aclararme repaso el libro, muy celebrado, de Michael Sandel, Lo que el dinero no puede comprar. No hay nada. Al parecer, acaba de descubrir que hay gente que se forma en algunas colas para vender el lugar, y eso le parece mal —lo mismo que le parece mal la compraventa de órganos humanos. Como conclusión dice que “debemos preguntarnos por el tipo de sociedad en que deseamos vivir”. Pues sí.
Puesto en términos prácticos, el problema de la vacuna es muy sencillo. Es algo que vamos a necesitar todos, que nos interesa a todos, y por eso decidimos pagarlo entre todos mediante el dinero de los impuestos, y el gobierno se hace cargo de la distribución conforme a un orden más o menos razonable, más o menos público. Así se organiza la cola: republicana, igualitaria.
Ahora bien, hay quienes, habiendo contribuido como todos para pagar la vacuna de la cola republicana, renuncian a recibirla porque prefieren comprar otra por su cuenta, en Estados Unidos. Dado que la adquieren fuera del país, eso no afecta a la dotación de que disponen los demás, que esperan su turno; de hecho, en alguna medida sirve de ayuda porque permite que la cola avance más rápido.
Implícitamente, lo que se les reprocha a quienes viajan es que no quieran “correr la misma suerte” que los demás. Pero eso mismo sucede con todo. Hay muchos millones que sin dejar de financiar el transporte público prefieren trasladarse por sus propios medios, en automóvil o en bicicleta o como sea. Es claro que quienes pueden ir en bicicleta, por ejemplo, disfrutan de un privilegio muy raro en las ciudades: la distancia, la vialidad, la naturaleza de su trabajo, les permiten hacerlo; seguramente en algo ayudan a reducir la contaminación, pero no deja de ser el ejercicio de un privilegio.
Si no hacen daño los que viajan, tampoco tienen especial mérito quienes pudiendo pagar el viaje prefieren no hacerlo. Alguien habrá que encuentre una satisfacción emocional en la renuncia, pero creo que la confusión viene también del lenguaje bélico con que hemos venido hablando de la pandemia, cuya inercia sugiere que viajar a vacunarse es abandonar el campo de batalla. Personalmente, siempre he encontrado muy plausible las razones de los desertores, pero además en este caso quedarse en la trinchera no tiene otro efecto salvo seguir expuesto al virus, sin que de eso resulte ninguna ganancia. En el fondo, lo que hay en el reproche colectivo es el intento de afirmar la superioridad moral de quienes aceptan voluntariamente arriesgar la vida para refrendar la identidad de la nación como comunidad sacrificial. Eso también es un lujo.
Fernando Escalante Gonzalbo