En estos días de confinamiento, casi siempre al filo de las 8 de la noche, me ha dado por asomarme hacia la calle. Tengo la fortuna de contar con un amplio ventanal con vista hacia el exterior. La arbitraria planeación inmobiliaria y la llamada gentrificación en la colonia ha ocasionado un torrente de construcciones habitacionales grisáceas, áridas como agaves deshidratados.
Desde mi edificio se observa el WTC y puedo distinguir el letrero que el alcalde ha ordenado colocar en lo más alto de la torre, en su estructura circular, simulando un enorme cubrebocas y con la leyenda: #EsTiempoDeCuidarnosTodos. Entiendo que es un anuncio, algún mensaje bienintencionado, comedido. Está en color azul panista y lleva las iniciales BJ. Podría ser que, a veces, el marketing oportunista, como los agentes bacterianos, puede producir reacciones empáticas. No sé si este sea en mi caso.
Casi a las 8 de la noche. Decía. En mi ventanal. Si uno pasea la mirada por las ventanas de los edificios contiguos, como magueyes deshidratados y carecen de cortinas, se puede observar las escenas domésticas que se suceden en el interior de la cocina, del dormitorio o del salón. Allí, bajo la luz blanquecina o con el destello amarillento de las lámparas, vemos auténticas representaciones casi teatrales, como la política misma. El parlamento de la vida.
En los últimos tres días, por ejemplo, la he visto a la misma hora. Se me ha antojado llamarle Miroslava. Mi ventana, a dos pisos más altos que la suya, me permite escudriñarla mejor. Es de cara regordeta, canosa, quizá octogenaria. Anda algo desaliñada. De ligero camisón perla. Mira brevemente hacía arriba, de soslayo. Algo avergonzada, se lleva la mano al tirante del camisón para subirlo, discretamente, hacia el cuello en dirección a la barbilla. Tengo la impresión de que tiene presente la hora que me asomo al ventanal. Cosas de personas solas. Un pase de lista. La confirmación de que aún se vive.
Desde las ventanas recibes información sobre la vida. Decía. Es como una mirilla telescópica, intimidatoria, por donde se observan a los otros. Nuestros pares. Los escudriñamos. Dibujamos diálogos y nos descubrimos en ellos. Parlamentamos.
Este jueves miré a un joven de torso al descubierto que se asomaba por la ventana con el canuto en brazas para soltar la exhalada. Lo juzgue ansioso. Dos ventanas abajo, que daba a un salón, se agrupaban seis personas alienados en sillones a escuadra y embelesados al televisor. Enfrente, por la ventana de una cocina, observé lo que supuse una discusión entre un hombre y una mujer quien, con una especie de manotazos al aire, se retiraba en estampida por la puerta.
Recordé que esta misma semana, en el municipio de Tecámac, una joven a la que solo supimos su nombre de pila, Verónica, fue asesinada por un tal Gustavo. El imbécil la golpeó con una pesa de gimnasio hasta desfigurarle el rostro. El registro periodístico aseguraba que eran “novios” y vivían juntos.
Cierto es que la política está también en estas vivencias cotidianas que se miran por las ventanas. En lo personal, me gusta creer que la buena política, la que se fortalece del intercambio de información y del reconocimiento de los otros, podría, debería, trastocar esos espacios habitacionales donde unos y otros terminamos confinados, hacinados y hasta matándonos.
@fdelcollado