Manifestarse en favor de vivir implica oponerse a la muerte no por necedad contra lo ineludible: como ofrenda hacia la existencia. Boris Vian (1920-1959) llevó a cabo esto mediante su obra, especialmente poética que consta de cinco títulos. Publicó además casi una decena de novelas, cuatro con el seudónimo de Vernon Sullivan.
Fue también jazzista, burócrata, traductor y compuso canciones. Aunque sólo vivió treinta y nueve años le bastó para crear suficiente y perpetrarlo. Aun sabiéndose condenado por el reumatismo articular desde su infancia, nunca le declara la guerra al destino. No quisiera morir (Ediciones Hiperion), publicada póstumamente, “puebla la literatura con imágenes inusitadas” de aliteraciones, onomatopeyas y neologismos.
Vian construyó el presente, con poesía para otro tiempo. Como si convertir en verso sentimientos fuera un milagro inmortalizador y algo sagrado: pourquoi que je vis/ parce que c’est joli (por qué vivo, porque es bonito). Y así, durante el libro entero lleva a cabo una serie de declaraciones poéticas que no le salvarían la vida, pero que sí consumarían lo escrito.
Tout a été dit cent fois/ Et beaucoup mieux que par moi/ Aussi quand j’ecris des vers/ C’est que ça m’amuse/ C’est que ça m’amuse/ C’est que ça m’amuse et je vous chie au nez. (Todo se ha dicho cien veces/ Y mucho mejor que por mí/ Por eso cuando escribo versos/ Es porque me divierte/ Es porque me divierte/ Es porque me divierte y váyanse a tomar viento). Divertimento que, hoy, atestiguamos.
@erandicerbon
