El escritor tiene una narrativa a causa de la lectura que encarna como espíritu creativo. Porfiar en evitar el ejercicio de leer implica mediocridad discursiva, pero qué se lee determinará la calidad del discurso. De una centuria agonizante nació la prosa de Concepción Arenal (1820-1893), quien para asistir a clases y completar sus estudios vistió varonil.
Durante el siglo XVIII comenzaron las revoluciones que darían cabida a que pudiéramos ejercer libremente nuestros derechos. Hombres y mujeres llevaron a cabo luchas que hoy desembocan en un libre albedrío. Arenal fue de las primeras feministas en habla hispana, aunque el “feminismo” no existía por aquel entonces: tenía una visión consistente en meritar ambos géneros favoreciendo la paridad.
La mujer del porvenir (Nórdica libros) fue impreso en 1869, resultado de un análisis donde ella y su marginalidad son el tema. Nunca escribió desde el victimismo que sugiere inferioridad, ni con revanchismo: propone medidas y soluciones. Reformas que surgen del conflicto, siendo la educación el único modo de rectificar políticas públicas.
“El error, tarde o temprano, acaba por limitarse a sí mismo, y la primera forma de su impotencia es la contradicción: si quisiera ser lógico, se haría imposible”, sentencia Arenal en la primera línea.
No solo María Zambrano, Hannah Arendt o Simone de Beauvoir removieron el polvo de este pensamiento disruptivo durante su época. A través del tiempo hay muchas escritoras que continúan preservando el legado social e intelectual que Arenal predicó sin saberlo: un fundamento del pasado con qué sufragar la actualidad.
Por Erandi Cerbón Gómez
@erandicerbon