En la antigüedad, viajar implicaba arriesgar la vida, por el medio de transporte utilizado y lo que involucraba ser extranjero; peligros que, atenuados, aún existen. Sin embargo, desplazarse, cambiar de lugar, esclarece nuestra condición humana como ciudadanos del mundo y brinda una aprehensión novedosa sobre viejos asuntos.
Hans Magnus Enzensberger (Baviera, 1929), en El hundimiento del Titanic dilucida lo anterior y acerca del progreso: la creación de maravillas pero también narra una tensión dramática cuando no prosperan. Así sucedió con el famoso buque que naufragó en 1912 dejando cientos de muertos.
Enzensberger elabora un poema épico a través de treinta y tres cantos inspirados en La divina comedia de Dante: una catástrofe contada en forma de mito. Su actualidad es innegable, aparte de la desesperación cierta e imaginaria, “refleja la crisis del militante marxista que ha perdido las ilusiones”.
Le tomó al autor aproximadamente una década poner punto final a su texto, donde “no sólo se trata de este desastre registrado en documentos históricos: el Titanic sigue navegando (…)” y los versos que él escribió pretenden honrarlo: quienes naufragaron nunca podrán hacerle justicia.
Erandi Cerbón Gómez
@erandicerbon