El lenguaje puede difuminar fronteras entre realidad y sueño. Aunque se expresen con la indiscutible honestidad del autor, al nombrarlas no basta para aclarar dónde termina la una y comienza lo otro.
La realidad se define como “existencia verdadera” y nadie cuestiona su tangibilidad. El sueño, que es “un estado de reposo necesario fisiológica y mentalmente”, puede tener otros significados. Desde antaño, ha sido tema esencial de películas, novelas, sonetos, puestas en escena, análisis científico y psicológico, teniendo cabida todas estas interpretaciones en el ámbito literario.
Mary Oliver (1935-2019) a través de su poesía soñó la vida. No resulta necesario dormir para hallar un momento propicio en el cual fantasear. Entre los intersticios de reposar y despabilarse ella encontró un lugar dónde escribir. El trabajo del sueño (Editorial Caleta Olivia) es una vigilia onírica.
La reconstrucción del mundo en ruinas y el porvenir surgen en verso, sobre la naturaleza como base. Cada poema es un gesto de salvación que tiene elementos filosóficos y una sabiduría ancestral. “Trabajar para la dicha, aprender, rescatar el hábito en su sacralidad, desglosarlo, amarlo en detalle”, esto hizo Oliver.
Podés morir/ por un amanecer-/ una idea/ o el mundo. La gente/ así lo ha hecho/ con esplendor/ entregando/ sus pequeños cuerpos/ a la hoguera,/ creando una inolvidable furia de luz.
Todo lo que hemos ignorado ahí está: personas, lugares y cosas. Conjugándose el verbo soñar siempre en tiempo presente.
Erandi Cerbón Gómez
@erandicerbon