Por qué integrar en esta galería de perfiles femeninos a María Magdalena cuya vida es probable pero no probada, cuya santificación se realiza en 1920 a tal punto las dudas de la misma Iglesia que pregonara en diferentes tiempos su pequeñez o su grandeza según le conviniera. Cuya semblanza se mezcla en los evangelios sinópticos con tres Marías, María la madre de Jesús, María de Betania, la contempladora, y ella misma a quien se le da sin prueba de por medio la caracterización de adúltera mezclándola con una mujer anónima citada por Juan.
Acaso por su trascendencia tanto en Oriente como en Occidente, por lo que una pequeña e insignificante mujer pudo sacudir conciencias y provocar consignas rabiosas y ocultamientos increíbles de su estar en el mundo. Para probarlo solo basta el sermón de pascuas del papa Francisco donde se obligó a una rara metáfora, La piedra clama, dijo más o menos, repito de memoria, el sepulcro abierto anuncia la resurrección repitió una y otra vez y nunca accedió a nombrar lo que todos sabemos: María Magdalena sería el primer apóstol puesto que fue la primera en propagar la resurrección del Rabino, del Maestro y darla a conocer a los discípulos. Aunque admitamos que fue este Papa el que en 2016 elevó el rango de María al grado de fiesta en el calendario oficial del Vaticano. De este modo el 22 de julio, su festividad conmemorada tanto por la Iglesia ortodoxa, como la católica y la anglicana, alcanzó así una nueva dimensión.
Nació en Magdala, aldea de la costa del lago de Tiberíades y cercana a Cafarnaúm. Citada en cinco ocasiones por Mateo, Marcos, Lucas y Juan para señalar eventos diversos, sabemos por ellos que Jesús la curó de algún mal extraño para nuestra época o al menos definido por otras causas. Que era una mujer pudiente puesto que seguía a Jesús y era proveedora de las necesidades propias de su deambular, vale decir comida y techo. Su edad era cercana a la de Cristo según diversos cálculos que no pueden corroborarse. En realidad todo intento de dar a su biografía una certeza resulta inútil.
Lo que aparentemente es irrefutable por el número y calidad de los testimonios son dos actos que la honran y la engrandecen. Siendo tan discípula de Jesús como el resto al estar de continuo a su lado y seguirlo en sus predicaciones y giras al igual que Tomás y Pedro, Juan y Mateo, no huyó como todos ellos al momento de la aprehensión de su Maestro sino que permaneció a su lado durante todo el calvario, y luego en el Gólgota al pie de la cruz hasta que Cristo expiró. Sin embargo no contenta con ello hizo guardia en su sepulcro regresando a él la mañana del domingo para conocer las buenas nuevas que propagó de inmediato entre los discípulos escondidos. Jesús había resucitado, proclamó y solo por eso devino así el primer apóstol que anuncia la grandeza e invulnerabilidad del hijo de Dios. También la de su sacrificio.
El mito es espléndido, más allá de creencias o razones de fe de una suerte u otra, la historia de María Magdalena deriva en increíble número de facetas, sesgos y rarezas que nos enseñan harto de qué manera a la hora de los créditos, valga la materialidad de la expresión, seamos científicas, artistas, filósofas o santas, nos escamotean nuestros talentos. Por subalterna, menor de edad, falta de conciencia histórica o raciocinio, alucinada o neurótica, y si no se puede subrayar alguna de estas carencia, faltas, o desviaciones, siempre queda la salida de llamarnos adúlteras… o en el peor de los casos, rameras.
Pedro no le creyó, de Mateo a Juan fue borrada de a poco de sus memorias, Pablo, metafóricamente, chilló que las mujeres se callen en las iglesias y a pesar del cristianismo primitivo, el de Jesús, el cual igualaba sin dudar a hombres y mujeres y por eso tantas evangelizadoras, tanta mujer enamorada de la nueva doctrina donde por fin no eran secundarias, y a pesar de ser su compañera, María Magdalena tal cual la señalan algunos evangelios que devinieron apócrifos o subsisten entre los agnósticos, la manera en que ha pasado a la memoria colectiva es como una adúltera “redimida por el Mesías”. Nunca una igual de Pedro o de Juan, una discípula de la misma jerarquía o mayor inclusive, nunca como un apóstol, una anunciadora de los nuevos tiempos.
Por eso hoy, he elegido a María Magdalena como símbolo de nuestro andar por el mundo.