No hace falta estar en septiembre para hablar de amor a la Patria, un sentimiento que pareciera haberse diluido, estar en desuso o simplemente pasar a ser palabrería dicha en una postal de ocasión.
Siempre he creído que querer a México es mostrar lealtad a este país que día a día se la juega por la vida misma, a jalones y estirones, desde el Congreso de la Unión hasta en el más cotidiano trayecto al trabajo; este país que ve con asombro la falta de solidaridad, de fraternidad y de paz, por todos lados.
Nuestro país reclama seriedad, sensatez, prudencia y una conducta ética de quienes están tomando decisiones en todos los ámbitos y niveles; reclama el compromiso de ser ejemplares al conducirse con decoro, pluralidad, apertura, empatía hacia los problemas de las personas y, ante todo, con verdad.
México ya no admite más indiferencia, no perdamos el respeto por las instituciones ni por los grandes temas que preocupan a las familias, hoy, todos y todas estamos a prueba: es tiempo de dar la cara y dejar de rehuir a los asuntos urgentes e importantes.
Me parece que, más allá de grandes aspavientos y señalamientos mediáticos, nos ha faltado la voluntad de reconocer lo correcto y lo incorrecto para reflexionar a fondo y empezar a reconstruir, desde las relaciones de familia hasta la actuación de empresas y gobiernos, pasando por la convivencia vecinal.
Evitamos, por ejemplo, hablar de la niñez y la juventud que fracasa continuamente en la escuela, de los padres, madres y adultos que no solo los ignoran, sino que además los humillan y los lastiman; tampoco nos detenemos a ver nada más que no sea el interés personal, ni exigir a aquellos que saben que están haciendo las cosas mal y se niegan a enmendar.
Basta con abandonar esa zona de confort en la que se asumen posturas de neutralidad ética, libre de riesgos; en la que no existen las malas decisiones sino diferentes estilos de hacer las cosas; en la que nadie es arquitecto de su destino, sino víctima de las circunstancias; en la que nadie tiene la culpa de nada.
México, a pesar de sus enormes fortalezas, está profundizando sus rezagos sociales y en las insuficiencias de la institucionalidad, del crecimiento económico, de la equidad, de una mejor distribución del ingreso.
El presente y el futuro necesitan que todos y cada uno de los habitantes de este país respeten las leyes y cumpla sus deberes morales, laborales, académicos, legislativos, de gobierno. La simulación, el engaño y la indolencia son factores de enfermedad social.
En suma, querer a México implica ser buenos ciudadanos, buenas ciudadanas, así de simple; gente dispuesta a comprometerse más, mucho más, con el destino común, el nuestro y de las generaciones por venir.
Carolina Monroy