El mejor estudio sobre la organización política de México lo publicó don Emilio Rabasa en 1912 bajo el título La Constitución y la Dictadura. En la primera parte de ese libro se hace un análisis de la trayectoria política y constitucional de México de 1822 a 1857, destacando los siete congresos constituyentes celebrados, los dos golpes de Estado, los varios cuartelazos y la multitud de asonadas.
La mayor parte de esa obra explica cómo se elaboró, los problemas que generó y la forma como se aplicó la Constitución de 1857. Afirma Rabasa, cuando la obra del Constituyente terminó, tenía enemigos por todas partes y casi ningún partidario, y fue sorprendente que cuando los hechos encaminados a destruir la nueva ley vinieron a darle el prestigio y la fuerza que de otra suerte no habría alcanzado.
Agrega, “Cuando Juárez volvió a la capital de la República (en 1867), vencido sin condiciones el Partido Conservador, derribado el Imperio y aniquilada para siempre la idea monarquista, la Constitución era un ídolo, porque era un emblema…La Constitución estaba salvada, su prestigio era inmenso; pero no se había aplicado todavía”.
En el capítulo “La dictadura democrática” dice, Juárez no paró en mientes en los errores de la Constitución que imposibilitaban la buena organización del Gobierno ya que “no trataba de gobernar sino de revolucionar…no iba a someterse a una ley que para él y los reformistas era moderada e incompleta, sino a integrar la reforma que apenas delineaba; iba a satisfacer el espíritu innovador, regenerador”.
Asevera Rabasa, para Juárez “la Constitución no podía ser más que título de legitimidad para fundar su mando, y bandera para reunir parciales y guiar huestes, era inútil para todo lo demás. La invocaba como objeto de lucha pero no la obedecía, ni podía obedecerla y salvarla a la vez. Como jefe de una sociedad en peligro, asumió todo el poder, se arrogó todas las facultades, hasta las de darse las más absolutas, y antes de dictar una medida extrema, cuidaba de expedir un decreto que le atribuyese la autoridad para ello, como para fundar siempre en una ley el ejercicio de su poder sin límites”. Así gobernó de 1858 a 1861.
Añade, “No es posible asumir poder más grande que el que Juárez se arrogó de 1863 a 1867, ni usarlo con más vigor ni con más audacia, ni emplearlo con más alteza de miras ni con éxito más cabal”. En 1867 Juárez convocó a elecciones y el Congreso declaró que había obtenido mayoría de votos, pero los siguientes tres años gobernó con suspensión de garantías individuales.
En 1871 Juárez contaba con la mayoría del Congreso por lo que hizo reformar la ley electoral, con el propósito de preparar su triunfo modifico el voto por diputaciones y estableció el voto individual en el caso de que el Congreso tuviera que elegir presidente ya que sabía que la elección no iba a darle mayoría
absoluta.
En efecto, Lerdo de Tejada y el general Díaz alcanzaron más de la mitad de los votos, no obstante lo cual la mayoría de diputados eligieron a Juárez, lo que provocó una revolución y fue excusa para que gobernara investido de facultades extraordinarias.
Juárez murió en julio de 1872 con el poder formidable de las facultades extraordinarias con las que gobernó siempre, o con una ley de estado de sitio que se alzaba como un amago sobre los gobernadores.
Rabasa afirma de manera categórica: “Juárez nunca gobernó con la Constitución”.
¿Era sólo porque le parecía más cómoda la dictadura? Responde, de ningún modo, era resultado de su convicción de que con la ley de 57 (la Constitución) el Ejecutivo quedaba a merced del Congreso y de los gobernadores.
Rabasa define a Juárez como “el dictador de bronce, reúne escogidas las cualidades del caudillo de la Reforma; tiene la serenidad para el acierto, la tenacidad para la perseverancia, la intolerancia para el triunfo sin concesiones; hace la reforma social, consagra una Constitución definitiva, fija la forma de gobierno y encauza la administración”.
De acuerdo con esta visión existe paralelismo en el discurso, rasgos de personalidad y estilo personal de gobernar de AMLO y Juárez, ambos se consideran jefes de una “sociedad en peligro” (sin que exista comparación entre una época y otra); ambos fueron caudillos; AMLO, como Juárez, pretende arrogarse todo el poder y todas las facultades expidiendo o modificando leyes a modo.
Ambos entendieron la necesidad de tener plenamente dominado el Congreso sea cual sea el costo o el método; ambos aparentan serenidad, tenacidad e intolerancia; ambos pretendieron una gran reforma social (la cuarta T).
Por si fuera casualidad ambos no confiaron en la división de poderes, en el federalismo, ni en los límites legales a su poder, de ahí que a sus gobiernos se les puede adjetivar como dictaduras democráticas.
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Carlos A. Sepúlveda Valle
Jalisco /