(Primera de dos partes)
Hace unos días el presidente Andrés Manuel López Obrador anunció una próxima visita a la Costa Chica de Guerrero, esa bella región donde vivir sin amar es desperdiciar la vida.
Supongo que uno de sus propósitos será la supervisión de la ampliación en curso, de la carretera que va de Acapulco a los límites con Oaxaca, obra de gran calado por tantos años anhelada y que me tocó iniciar desde que fui diputado federal. En verdad celebro y le reconocemos ampliamente al presidente Obrador que la haga realidad.
Estoy plenamente convencido que estos proyectos estratégicos contribuirán a construir la paz en nuestro estado, que se suman a los caminos artesanales que ayudan a nuestras microregiones, sobre todo indígenas.
Por ahí me pidieron mis amigos de Playa Ventura y Las Peñitas, dos de nuestras más hermosas playas, le recordara de su compromiso de construirles sus rompeolas o escolleras como se los ofreció, señor Presidente.
Y pues si visita Ometepec, la tierra prometida, tiene la invitación al mejor chilate con hojaldra, yo invito.
Aunque pareciera que la violencia llegó para quedarse en nuestras vidas, no podemos darnos por derrotados: la construcción de la paz es un proceso que requiere muchas acciones, pero, sobre todo, la colaboración de todos.
La ruta para construir la paz requiere despertar sobre bases firmes, la esperanza de un futuro mejor.
Tengo muy presente cuando junto con mi esposa Laura del Rocío impulsamos el programa "Transformemos Nuestro Entorno", con magníficos resultados y consistía en buscar la reconciliación familiar.
Atendimos a más de cien mil jóvenes que habían tomado el camino de las adicciones y la delincuencia; promovimos programas culturales y deportivos en todos los municipios, lo que nos permitió disminuir la violencia de manera importante.
En mi último año de gobierno fuimos reconocidos a nivel nacional como el estado que más disminuyó las cifras de secuestros, la tasa de homicidios cayó en un 30 por ciento y detuvimos a un sinnúmero de miembros de la delincuencia organizada.
En el esfuerzo por alcanzar la paz, es fundamental el papel de las iglesias como impulsoras de valores, y del Poder Judicial para reducir la impunidad e impartir justicia.
Yo creo que, si se quiere, se puede; que existen acciones concretas que pueden contribuir a la construcción de la paz.
Del anecdotario
Llegó en una camioneta muy ostentosa que a todos los lugareños llamaba la atención. Empezó a indagar sobre los movimientos de la zona, donde se da el trasiego de droga a través de lanchas rápidas de tecnología avanzada y moderna.
Uno de los habitantes de la comunidad se atrevió a preguntarle: “Oiga joven, ¿y usted a qué se dedica?”.
—Soy comerciante, tengo negocios en Guanajuato y ando conociendo la zona —contestó.
Quien preguntó, murmuró: “Pues no creo que en estos pueblos tan chicos vaya a poner algún negocio”.
Para esto, el visitante ya había reclutado a un joven de tan solo 16 años, a quien ocupaba como chofer, y a otros dos de edades similares como ayudantes.
El fuereño les asignó un sueldo muy por encima de lo que se percibe en la región. Los dotaba de cervezas diariamente y, seguramente después, de drogas.
¿Y los padres?, ¿ausentes?... O tal vez felices, pues sus hijos llevan un buen ingreso a sus familias. ¿Por cuánto tiempo? Así se engendra la violencia y se propicia la delincuencia ante la ausencia de valores familiares.
Estos tres jóvenes vivirán un sueño no sé por cuánto tiempo, pero al final terminarán pagando las consecuencias de la falta de valores y principios, pero sobre todo, de orientación en el seno familiar. Qué triste, muy triste.
La vida es así…
