El sábado pasado nos levantaron a golpes. ¿Recuerda los despertadores viejos con patitas y dos campanas en forma de pequeñas cúpulas de metal en la parte superior del reloj? Al cruzar por la hora establecida accionaban un mínimo martillo que producía una ráfaga de golpes con singular agresividad acústica. Unas campanas, por cierto, casi idénticas a las que se usan en el box. Hay una buena razón para que se parezcan tanto. ¡Ponte de pie! ¡No puedes escapar por ningún sitio! ¡Esta es una batalla! ¡Tienes que dar la pelea! No sé por qué siento que últimamente así nos despiertan todos los días a los mexicanos: a golpes, con una alarma que no pega en las campanas, sino en cada uno de nosotros. Este sábado el despertar y el golpe fue a través de la carta de Donald Trump. ¡Rise and shine! ¡Buenos días, nuevos aranceles para los mexicanos!
Por más indignación que le pongamos a la crónica: ¡cómo se atreve!, ¡ya habíamos quedado!, ¡eso no es justo!, los aranceles van y los reclamos además de inútiles suenan cada día más bobos. Aunque Trump le haya dicho “señora encantadora” a nuestra Presidenta. Aunque ella haya mantenido la cabeza fría. Aunque insistamos en que ellos son los consumidores y nosotros solo producimos las drogas y las traficamos. Aunque los queramos demandar por las armas que les compramos y disparamos porque ellos son los que las fabrican. Aunque nuestra soberanía sea nuestra soberanía y nuestro pueblo mucho pueblo. Y, a pesar de que a México se le respete, los aranceles van porque a ojos de Trump no estamos haciendo lo suficiente. No está contento y solo le faltaría agregar: “Con todo respeto, ese mismo que exigen, aquí el que pone las reglas soy yo”. En síntesis, eso es lo que dice la carta no de una, sino de tres maneras distintas.
La primera, como presidente de los Estados Unidos. No se cuestiona ni el tono ni lo que exige. “Su excelencia” le dice a nuestra Presidenta, “es un gran honor enviarle esta carta”, para enseguida asumirse como el mandatario más poderoso del planeta, el gran consumidor del mundo y, por ende, el gran comprador y el gran activador de las economías globales. El que paga, manda y él solo ejecuta lo que los demás se merecen. Diplomacia coercitiva.
La segunda, como el CEO del mundo. Trump (CEO de “America Inc.”) le deja claro a su subalterna: Claudia Sheinbaum (“Managing Director de México S. de R.L. de C.V.”) que no está cumpliendo con sus KPI’s (indicadores clave). Le informa que su bajo desempeño amerita una reducción en su budget y que si no mejora su performance habrá medidas adicionales. Quedando sincerely yours, le pide presentar un action plan en los próximos 15 días.
Finalmente, como productor de televisión. La carta es un guion mediático con un héroe (él) y unos villanos (los cárteles), que Trump mismo publicó en su red social. Escrita con formato dramático: signos de admiración y palabras en mayúsculas, como si actuara o levantara la voz. Con frases de telenovela como “los cárteles son los seres más despreciables que han pisado la Tierra” y cliffhangers como “podríamos duplicarles los aranceles”, pero con un cierre glorioso de héroe de acción: “Usted nunca se decepcionará de los Estados Unidos”.
Esto no acaba aquí. Suena el despertador. Despierte. Ahí vienen los golpes.