Supongo que tiene que ver con los años que hemos vivido enfrentados. ¿Cuántos van? ¿Seis? ¿Siete? Demasiados. En la vida real sucede algo parecido, seguro a usted le pasó con alguien del que ya ni siquiera se quiere acordar. Al principio uno aguanta, inhala, traga y exhala. Sin embargo, poco a poco el cansancio nos gana. Uno se fatiga de escuchar las mismas frases, el mismo tono, soportar los mismos modos de siempre. El hartazgo engorda. Y uno termina fastidiado de todo, incluso del dichoso banquito: ese en el que el otro se encarama para desde ahí mirarnos y volver a repetir lo mismo en el mismo tono. Por eso, cuando en medio del mismo sermón, retahíla o cantaleta, uno deja que la propia mirada se vaya a jugar y se pierda y de pronto se encuentra con que al banquito se le están aflojando las patas, que el otro tambalea con un gesto de angustia sabiendo que está a un punto de caer y partirse la cara, no nos aflige ni nos da pena. Nos da risa. Nos da risa Morena.
Casi puedo entender lo que les pasa. Está siendo un año difícil. Trump, los aranceles, los cárteles, el fentanilo, los migrantes, el lavado de dinero, la suspensión de visas. Melena de nudos a la que se suma lo de siempre: la violencia, los desaparecidos, los servicios de salud y el abasto de medicinas que no termina por tener solución. En fin, lo que todos sabemos. De ahí que cuando en medio de la maraña cae esta avalancha de escándalos sobre ostentación y excesos por parte de los miembros de las altas esferas del partido, casi entiendo que Morena piense distraer la atención y declararse ofendido antes de que cualquiera reclame el derecho a ofenderse primero por las mentiras exhibidas. Darle la vuelta al sentimiento de los adversarios y cambiarlo a su favor. ¡Nos ofende el que piensen que los hemos ofendido! Suena a broma. Por eso da risa.
Risas y carcajadas compartidas y amplificadas por millones en los medios y en las redes. No solo de la diputada que en el trance perdió el nombre y ahora se llama DATO PROTEGIDO, también de su esposo, que para salvarse de haber adquirido unos boletos de ocho mil quinientos dólares cada uno, argumenta a su favor que se los regalaron. Una defensa tan incriminatoria y tonta que a la gente solo le quedó alargar las carcajadas.
Como si fuera un stand up de políticos. El líder de los diputados que se fue a una fiesta a Madrid, la gobernadora que se fue de vacaciones a Ámsterdam, todos viajando en primera y durmiendo en hoteles de cinco estrellas. Ahí tienes que estaba un político que todos los días decía iba a moralizar al gobierno y al país, pero al final ni con tres de sus hijos pudo. El primero se fue a vivir a una gran casa en Houston, el segundo a viajar por Tokio y el último a estudiar al país que más odiaba su padre. Cómo no tambalearse si tres patitas del banquito están torcidas. Parece chiste, por eso hace gracia.
Y ya ni le digo del líder de los senadores que para salvarse de la burla trata de enmendarle la plana a Juárez diciendo que la justa medianía a la que el benemérito se refirió es lo que a uno le alcance y decida. ¡Ay, senador, como si lo de la justa medianía no lo hubiera explicado Aristóteles siglos antes!
“No somos iguales”, dice la presidenta de Morena. Es cierto, estos son más divertidos.
