Martha. Dicen que se llama. 31 años en esta vida, dicen que tiene. Ella, Martha, pretendía lanzarse de un puente para así acabar con su vida, dicen que quería. Heroicos policías la disuadieron para que no lo hiciera. No en una, en dos ocasiones.
Me topé con esta noticia en redes sociales. AA, un amigo que solía tener hace tiempo, se encargaba de etiquetarme cuando las encontraba para mí. Invariablemente cuando las hallaba escribía: “diría el Doctor -refiriéndose a mi-, déjenlos que se suiciden”. AA está ahora muy ocupado del otro lado del océano ideológico y su función amistosa la tuvo que suplir el algoritmo.
La primera vez que Martha quiso, dicen, acabar con su vida provocó solidaridad y empatía. No es difícil imaginar las palabras que habrá recibido de los capacitados agentes del orden para invitarla a que se bajara de esa peligrosa viga. “Ánimo…la vida es bella…todo tiene solución…seguro hay alguien que se preocupa por ti…todo va a estar bien”.
La segunda vez Martha ya no conmovió. Movió la compasión despertada hacia una especie de rechazo o estigma. Pasó de ser la joven mujer que quería, dicen, terminar con su vida, a simplemente la alcohólica que otra vez amenazaba con lanzarse del puente.
Eso lo explica todo. Dirán. Es una alcohólica y esos intentos mal logrados de suicidio forman parte de su alcoholismo. Así de sencillo se revierte todo, y se simplifica a una condena condescendiente. Todo lo que tiende a reducir lo humano a una suerte de causa efecto, acaba por impedir su comprensión y de rebote esto hace que las decisiones tomadas se parezcan mucho a una tragicomedia.
No se trata de un problema con la manera de beber. Nunca lo es. Menos cuando se habla de alcoholismo. El alcohólico no se equivoca cuando dice que él (o ella, como en el caso de Martha) no tiene problemas con el alcohol, de hecho, se llevan muy bien. Se acoplan tan bien, que es la forma en la que algunos logran tramitar su estancia en esta vida y los conflictos que genera el choque entre la realidad y las pulsiones.
El alcohol es el bastón, la muleta, la prótesis o la silla de ruedas -para cada caso es distinto- que algunas y algunos encontraron en la sala de ortopedia de las emociones. “Curar” el alcoholismo es tanto como pretender curar la vida. Conocer como se llegó a esta carretera empedrada sería la manera adecuada de abordar lo que usted y su vecino conocen como alcoholismo.
Se trata de encontrar las piezas rotas del cristal, no para tratar imaginariamente de reconstruirlo y devolverlo a un estado primigenio, sino para transitar de mejor manera, o de una manera otra, por las venas que dejó marcadas al romperse.
Por cierto, quizá Martha quiere morir porque no puede morir. Pero eso no lo sabremos si no la dejamos hablar, y lo más importante, si no la podemos escuchar.