La caótica política comercial de Donald Trump solo puede conducir al caos económico. Entonces, ¿la administración puede encontrar algo más coherente y menos dañino, que aún así cumpla con los objetivos proteccionistas del presidente? Tal vez. Algunos miembros, como Scott Bessent, secretario del Tesoro, y Stephen Miran, presidente del Consejo de Asesores Económicos, creen que sí.
Para comprender este enfoque más sofisticado, conviene leer la obra Guía del usuario para la reestructuración del sistema comercial global, de Miran, que se publicó en noviembre de 2024. El autor afirma que “este ensayo no es una defensa de políticas”. Pero si grazna como un pato, es un pato. De un hombre en su cargo actual, esto debe interpretarse como una defensa.
El argumento de Miran se sustenta en una propuesta del economista belga Robert Triffin a principios de la década de 1960. Triffin argumentó que la creciente demanda de dólares como activo de reserva solo podía satisfacerse mediante los persistentes déficits de la cuenta corriente estadunidense. Esto, a su vez, significaba que el dólar estaba persistentemente sobrevaluado en relación con los requisitos de equilibrio de la balanza de pagos.
Con el tiempo, argumentó, este débil desempeño comercial socavaría la confianza en el precio fijo del oro en dólares. Y así fue. En agosto de 1971, en respuesta a una corrida del dólar, el presidente Richard Nixon suspendió la convertibilidad del oro. Después de una ardua negociación, se llegó a un acuerdo sobre nuevas paridades del dólar frente a otras monedas importantes. Estas no perduraron. Pronto, estas nuevas paridades se derrumbaron. El antiguo sistema de Bretton Woods de tipos de cambio fijos, pero ajustables, fue reemplazado por los tipos de cambio flotantes actuales.
Miran aplica esta perspectiva a la difícil situación actual de Estados Unidos. Por eso, lo que ocurrió en las décadas de 1960 y 1970 debe considerarse un mejor paralelo a lo que se debate hoy en día que los Acuerdos del Plaza y del Louvre de la década de 1980. Estas últimas tenían como objetivo manejar un régimen cambiario flotante en un momento de desequilibrio entre el dólar y otras monedas, sobre todo el yen japonés y el marco alemán. Lo que se propone ahora es recrear un sistema global de manejo del tipo de cambio.
La justificación, argumenta Miran, es que, al igual que en la década de 1960, el deseo de la mayoría de los demás países de mantener el dólar como moneda de reserva está impulsando su valor y, por tanto, generando un enorme déficit por cuenta corriente. Esto reduce la producción de bienes negociables, en particular los de fabricación, lo que crea un dilema para EU entre las posibilidades de financiamiento más barato y apalancamiento internacional, por un lado, y los costos sociales y de seguridad fundamental de un sector de fabricación más débil, por otro. Sin embargo, Trump busca proteger la industria nacional de fabricación y mantener el papel global del dólar. Por tanto, la política monetaria debe lograr ambos objetivos.
Una posibilidad puede ser una acción unilateral por parte de Estados Unidos para debilitar el dólar. Una opción en este caso es un endurecimiento fiscal en combinación con una flexibilización monetaria. Pero eso se metería en el camino del deseo que tiene Trump de extender sus recortes de impuestos de 2017. Otra posibilidad es obligar a la Reserva Federal a depreciar el dólar. Pero eso puede tener efectos devastadores sobre la inflación y el dólar, como ocurrió en la década de 1970.
Otra posibilidad es aplicar únicamente aranceles. Pero, en igualdad de condiciones, eso provocará una apreciación del dólar, lo que perjudicará al sector exportador estadunidense. Por tanto, insinúa Miran, los aranceles también deben utilizarse como arma en la negociación de un acuerdo global o, si se considera necesario, complementarse con dicho acuerdo.
Por tanto, el objetivo de un sector de fabricación más fuerte, que se lograría mediante una combinación de aranceles y un dólar débil, requiere la cooperación global. Mi colega, Gillian Tett, describió los posibles detalles de dicho “acuerdo de Mar-a-Lago”.
Tiene dos aspectos clave. El económico consiste en liberar las restricciones mencionadas antes. La manera de lograrlo, sugiere Miran, es convertir los préstamos a corto plazo a ultralargo plazo, persuadiendo a los tenedores extranjeros a convertir sus tenencias en bonos perpetuos en dólares. Esto le dará a Estados Unidos un mayor margen para implementar su deseada combinación de política fiscal y monetaria laxa. El aspecto político consiste en señalar que aceptar este tipo de acuerdo será el precio de ser visto como un amigo. De lo contrario, un país será considerado como un enemigo, o en el mejor de los casos, como alguien que flota entre ambos bandos. En un sentido preciso, esto puede considerarse como un “chantaje de protección”.
Esta propuesta plantea entonces cuatro preguntas.
La primera es si el análisis de Miran sobre los vínculos entre el papel del dólar como moneda de reserva, el déficit crónico de cuenta corriente estadunidense y la debilidad del empleo y la producción de la industria de fabricación es correcto. Cabe dudarlo, ya que Estados Unidos está lejos de ser el único país de altos ingresos con una proporción de empleo en el sector de fabricación en descenso.
La segunda es si el nuevo acuerdo monetario propuesto permitiría a EU combinar la emisión de una moneda de reserva con sus objetivos sectoriales mejor que cualquier alternativa verosímil.
La tercera es si existe alguna probabilidad de acuerdo con Trump sobre el complejo conjunto de objetivos e instrumentos de esta propuesta.
Una última pregunta es si Trump es capaz de cumplir cualquier acuerdo que alcance. Después de todo, abandonó a Ucrania, puso en duda su compromiso con la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y puso en marcha un ataque contra Canadá.
Los dos últimos son los más importantes. ¿Esta administración es capaz de llegar a un acuerdo en el que cualquier persona o país sensato pueda confiar? Creo que no. Sin embargo, el análisis de los aspectos económicos también es importante. Planeo analizarlos la próxima semana.
