Política

La exhibición... de Los Pinos

Crónica

El salón Venustiano Carranza es ahora una sala de música. Por ahí colgado un Siqueiros con el barbado Varón de Cuatro Ciénegas; ése y un enorme paisaje de Nishizawa, los únicos cuadros colgados de gran valor.

Quien tenga alguna edad, tampoco mucha, encontrará una sensación similar a la que se vivió a mediados de los 80, cuando abrieron al público la mansión del defenestrado Negro Durazo, a la salida de la carretera federal a Cuernavaca. 

Ahí, los excesos de un jefe de la policía corrupto: lagos, una copia exacta de la discoteca Studio 54 de Nueva York y un galgódromo; detrás había un salón de exhibición con veintitantos automóviles antiguos. 

Cualquier mexicano que viviera esos tiempos del máximo cinismo en el poder, se imaginaba la posibilidad de esas locuras... pero de pronto, resultó que podía formarse en la fila de las constataciones.

Escultura del presidente Gustavo Díaz Ordaz/Carlos Díaz-Barriga.
Escultura del presidente Gustavo Díaz Ordaz/Carlos Díaz-Barriga.

La fila de ayer para entrar a Los Pinos, era de unos mil 500 afuera... unos mil 500 adentro, todo el tiempo. Todo el día. Unos atrás de otros, que son recibidos en El Paseo de los Presidentes... flanqueado por esculturas de los inquilinos. 

El general Lázaro Cárdenas es el primero... se parece nada más, con cierto abuso, en las orejas. Llaman la atención un Carlos Salinas notablemente agigantado o las desproporcionadas manotas de un Gustavo Díaz Ordaz feo. 

Más. Que ya es decir. De Echeverría a Calderón las piezas están firmadas por Humberto Peraza, uno de los escultores taurinos más importantes del mundo.

Los Pinos... por dentro/Carlos Díaz-Barriga.
Los Pinos... por dentro/Carlos Díaz-Barriga.

Y bueno, el camino desemboca en la gran escalinata de la residencia Miguel Alemán. A partir de ahí, muros pelones, un horrendo sillón de cierto pelo rojo y un viejo ropero vacío; al fondo un primer despacho presidencial. 

Sigue el recorrido al segundo piso... a las recámaras. Todo es piso y techo... “antes dejaron los focos”, dice alguien muy mula. 

La enorme cocina queda como a una cuadra y al bajar una cinematográfica escalera de mármol semicircular, he ahí un misterioso círculo esotérico que nadie ve... y todos pisan.

Los de adelante van avisando a los de atrás que vamos a bajar “al búnker”. 

Donde seguramente estaba la siempre oculta ropa sucia que se lavaba en casa: huele a puro detergente. ¡Ah, y la sala de cine! Con 30 mullidos sillones de piel frente a la gran pantalla digital.

Es largo el recorrido... de unas dos horas, sin parar. Que implica también el traslado a las demás casas, pasando por el paseo de los que no pudieron... entre bustos de Colosio, Castillo Peraza, Clouthier, Heberto, el doctor Nava, Gómez Morín, Vasconcelos... y por allá entre los árboles, pastando un pequeño caballito de Sebastián, copia del que bufa (en su cima es una chimenea para sacar los malos olores del drenaje) en la esquina de Reforma y Bucareli.

Delante camina una pareja sinaloense. Al salir de la gran sala de juntas, dice él: “Así es que aquí es donde tomaban las decisiones los hijos de su chingada madre”. Y responde ella: “¡Ya ves... y tú que no querías entrar!” Canija.

El salón Venustiano Carranza es ahora una sala de música. Por ahí colgado un Siqueiros con el barbado Varón de Cuatro Ciénegas; ése y un enorme paisaje de Nishizawa, los únicos cuadros colgados de gran valor.

La cápsula del tiempo en Los Pinos/Carlos Díaz-Barriga.
La cápsula del tiempo en Los Pinos/Carlos Díaz-Barriga.

En la casa Lázaro Cárdenas, nada para escribir a casa: pisos opacos, puertas y paredes rayadas. Ya, para rematar la faena, la galería del eliminado Estado Mayor. 

En el camino un pequeñín de tres o cuatro años dice: “¡Mamá, ya no aguanto!” Entonces la señora responde sin titubeo, como quien tiene una cuenta pendiente: “¡Orínate aquí!” El niño... cobra.

Hay cinco coches presidenciales; el medallón trasero de un viejo Galaxie 1972 —utilizado desde Echeverría hasta Zedillo— deja ver que ha pasado como 20 verificaciones. 

En la galería... documentos, fotografías y unos óleos de los presidentes, terribles. El peor, el de Zedillo. Chueco, deforme. “Es que lo pintó la oposición”, grita alguien. Risas.

Retratos de Los expresidentes/Carlos Díaz-Barriga.
Retratos de Los expresidentes/Carlos Díaz-Barriga.

Fuera de la galería del Estado Mayor, una cápsula del tiempo colocada en 2014 con instrucciones para abrirse en 2064. 

Y un muro que dice “Estado Mayor Presidencial”... y debajo, con letras doradas: “Al presidente nadie lo toca”. Como un lema. Caduco.

Un sector de la clase política, debe estar enojado. Por la exhibición.

Literalmente.

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