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La era de la hiperconectividad: ¿Qué pasa con nuestros cerebros ante el exceso de pantallas?

Parte 1: Salud mental y tecnología

Las investigaciones advierten que el uso excesivo de pantallas puede alterar regiones clave del cerebro, afectando la memoria, el control emocional y la salud mental, especialmente en niños y adolescentes.

A las 7:00 de la mañana suena la alarma del celular. Minutos después, entre bostezos, ya revisamos notificaciones, correos y memes. Durante el día, saltamos de videollamadas a mensajes de WhatsApp, de redes sociales a series por streaming. Al llegar la noche, el brillo de la pantalla es lo último que nuestros ojos ven antes de dormir.

Este ciclo no es la excepción, sino la norma. La mayoría de la población vive en una era de hiperconectividad, donde estar siempre en línea es parte de la rutina. Sin embargo, cada hora frente a la pantalla tiene un impacto silencioso , pero profundo: el cerebro está cambiando.

Neurocientíficos y psicólogos de distintas partes del mundo ya advierten que esta exposición constante —especialmente en niños, adolescentes y jóvenes— podría estar alterando funciones clave como la atención, la memoria y la regulación emocional

¿Qué consecuencias reales tiene el exceso de pantallas? ¿Y cuánto tiempo es demasiado? En MILENIO te explicamos más sobre el tema.

¿Qué se entiende por hiperconectividad?

La hiperconectividad es un término que describe la constante y creciente conexión a dispositivos digitales, plataformas online y redes de comunicación.  No se trata solo del uso de smartphones o computadoras, sino de un ecosistema donde las interacciones humanas, laborales, sociales y recreativas están mediadas casi permanentemente por la tecnología.

De acuerdo con la Secretaría de Cultura: "la hiperconectividad es un término creado en 2001 y que se utiliza para designar los distintos medios de comunicación con los que contamos actualmente como el correo electrónico, las redes sociales, la mensajería instantánea, el teléfono y el Internet".

Este fenómeno se ha intensificado en los últimos años con el auge del trabajo remoto, las redes sociales, las videollamadas, el entretenimiento en streaming y la necesidad de estar "siempre disponibles". Vivimos en un entorno donde el flujo de información es continuo, inmediato y, muchas veces, abrumador.

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Aunque la hiperconectividad ha traído beneficios evidentes —como el acceso instantáneo al conocimiento, la posibilidad de comunicarnos con cualquier parte del mundo o la automatización de tareas— también ha generado nuevas formas de estrés, fatiga mental y dependencia digital.

Hoy en día, el hecho de desconectarse se percibe casi como un acto contracultural o incluso como un riesgo, sobre todo en entornos laborales y sociales que valoran la inmediatez.

El impacto de las pantallas en el cerebro


El cerebro humano es una estructura plástica, es decir, tiene la capacidad de adaptarse a nuevas experiencias, entornos y estímulos. Esta cualidad, conocida como neuroplasticidad, es esencial para el aprendizaje, el desarrollo y la recuperación de funciones cognitivas. 

Sin embargo, también implica que el cerebro puede adaptarse —no siempre de forma positiva— a hábitos como la exposición constante a pantallas.

Diversas investigaciones han encontrado que el uso excesivo de dispositivos digitales puede afectar funciones clave como la atención, la memoria y el procesamiento de la información.

La sobreestimulación visual, el cambio constante de tareas (multitarea digital) y la fragmentación de la atención provocan que nuestro cerebro se mantenga en un estado de alerta continuo, dificultando la concentración sostenida y el pensamiento profundo.

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Además, el estrés digital —generado por la cantidad de notificaciones, la presión por responder de inmediato o el miedo a "perderse algo" (FOMO)— activa mecanismos similares a los que se ponen en marcha ante una amenaza real

Esto puede aumentar los niveles de cortisol, la hormona del estrés, y afectar el descanso, la autorregulación emocional y el bienestar general.

La memoria también se ve impactada. Cuando dependemos de los dispositivos para recordar datos, fechas, direcciones o incluso ideas, se debilita la memoria de trabajo y la capacidad para retener información a largo plazo. En otras palabras, el cerebro se acostumbra a “delegar” funciones que antes realizaba de forma interna.

En jóvenes y adolescentes —cuyos cerebros aún están en formación— estos efectos pueden ser más marcados. Algunos estudios sugieren que una exposición excesiva a pantallas durante la infancia podría influir en el desarrollo de las regiones del cerebro relacionadas con el lenguaje, la autorregulación y la toma de decisiones.

Pantallas y salud mental: una relación compleja


El vínculo entre el uso de pantallas y la salud mental es cada vez más evidente, pero también más difícil de definir con claridad. No se trata solo de cuánto tiempo pasamos frente a un dispositivo, sino de cómo, cuándo y para qué lo usamos

Las investigaciones en los últimos años han revelado una conexión significativa entre el uso excesivo de tecnología y trastornos como ansiedad, depresión, insomnio y fatiga emocional.

Por ejemplo, estudios han demostrado que pasar varias horas al día en redes sociales puede aumentar los niveles de comparación social, generar sentimientos de insuficiencia y alimentar la necesidad constante de validación externa. Este ciclo puede tener un fuerte impacto en la autoestima, sobre todo en adolescentes y jóvenes adultos, quienes están en etapas clave de desarrollo emocional.

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Se aprecia una persona escribiendo en un teclado de computadora. / Foto: Jaime Zambrano.

Además, la estimulación constante que producen las pantallas —notificaciones, mensajes, videos cortos, interacción instantánea— puede mantener al cerebro en un estado de alerta que interfiere con el descanso y la desconexión mental

La sobreexposición a contenido digital, especialmente antes de dormir, se asocia con una menor calidad de sueño, algo que a su vez repercute en el estado de ánimo, la capacidad de regular emociones y la salud mental en general.

Por otro lado, también es importante reconocer que las pantallas pueden tener un rol positivo: acceso a recursos de apoyo emocional, terapia online, comunidades de contención o contenido educativo y de salud mental. Es decir, el problema no es la tecnología en sí, sino el tipo de uso que hacemos de ella y la falta de límites que muchas veces acompaña su incorporación en nuestra vida diaria.

En la próxima entrega, Notivox abordará otro tema relacionado con la tecnologías y la salud mental: el uso de las redes sociales. 

​RMV.

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Rubi Martinez
  • Rubi Martinez
  • Comunicóloga egresada de la UNAM. Editora digital de Táctico Milenio, escribo sobre narcotráfico y seguridad.
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