Fue un grito colectivo de hartazgo; un alarido de protesta que nació de las gargantas del colectivo Tonantzin y se viralizó en segundos en redes sociales. Desde el corazón de la colonia Condesa, en la Ciudad de México, transmitieron en vivo un reclamo que pronto replicaron varios medios: denunciaban un presunto caso de abuso sexual contra una menor de edad dentro de un kínder del Grupo Educativo Kent.
Lo que pocos sabían es que, mientras afuera los muros del plantel eran pintados y golpeados a ladrillazos, adentro había 22 niños de entre 10 meses y cinco años, atrapados en medio del caos.
“Jamás habíamos vivido algo así”, recuerda Ximena García, directora general del Grupo Educativo Kent, en entrevista con MILENIO.
La directora y los padres se acercaron una y otra vez a los policías que estaban en el lugar. Suplicaban que intervinieran, al menos para evacuar a los menores. La respuesta fue tan fría como desconcertante: que no se preocuparan, que no podían actuar y que “en máximo una hora todo terminaría”.

Así fue el día del ataque
Ese 26 de junio, a las 09:30 horas, la directora del plantel Kent Integral Kids (KIK) lanzó la primera alerta: los manifestantes comenzaban a reunirse frente al kínder. Minutos después, un hermano de Ximena —vecino de la escuela— la llamó con voz urgente:
“Lo están destrozando todo. Aventaron cosas, pintaron paredes, arruinaron la camioneta escolar”.
Cuando llegó, la policía ya se había negado a intervenir. Lo único que Ximena pudo hacer fue observar a la distancia, detrás de los manifestantes y de las pintas que acusaban: “pedófilos”, “violadores”, “abusadores”.
—¿Por qué no intentó entrar para sacar a los niños?—
—Era imposible, nos iban a linchar —respondió sin titubeos.
“Aventaron ladrillos aquí adentro, en el patio”, denunció la entrevistada.
Adentro, los bebés y niños acababan de desayunar. Era su hora de recreo cuando los gritos de “¡violadores!” retumbaron en los megáfonos y los primeros proyectiles comenzaron a estrellarse contra los muros y la camioneta escolar.
Canciones contra el miedo
Frente a la inacción de la policía, las únicas barreras de contención fueron las cinco misses que cuidaban a los pequeños. Ellas improvisaron un refugio: trasladaron a los niños al salón más alejado de la fachada y pusieron canciones infantiles a todo volumen. El objetivo era que las voces de La vaca Lola o Pin Pon ocultaran los sonidos de los golpes y los insultos.
“Nosotras tratamos de tranquilizarnos para no mostrar miedo y evitar que los niños se asustaran más”, cuenta Miss Paty, asistente educativa, encargada de los más pequeños, los que apenas aprenden a caminar y dejan el pañal.
Mientras afuera se gritaba rabia, adentro se distraía a los bebés a fuerza de canciones y abrazos.

Una herida que no cierra
La calma duró poco. A la semana siguiente, los manifestantes regresaron y la historia se repitió. La decisión entre la dirección y los padres fue inevitable: reubicar a los niños de preescolar entre sus otros tres planteles: uno en la Condesa y dos en la colonia Cuauhtémoc. Sólo quedaron los más pequeños, porque la sucursal agredida es la única con permiso para lactantes y educación inicial.
“Las dos veces que nos vandalizaron pintamos todo y arreglamos lo mejor posible”, asegura Ximena.
El kínder, insiste, es prácticamente la segunda casa de muchos pequeños: abre de siete de la mañana a siete de la tarde.
De los 22 alumnos que había, ahora sólo quedan tres. Entre ellos Andy, de un año, que explorando sus primeros pasos se acerca a la reportera y la toma de la mano.
Para las misses nada volvió a ser igual. Algunas dejaron de presentarse tras el ataque.
“Las personas que vinieron decían que eran papás, pero no lo eran. Yo todavía reviso las cámaras antes de salir: tengo miedo de que nos vuelvan a agredir”, confiesa Paty.
El golpe fue doble: además del miedo, vino el desplome en la matrícula. En un mes, de 500 niños inscritos en los cuatro planteles, quedaron apenas 410, asegura Ximena García.
“Muchos padres estuvieron afuera, arrinconados, sin poder recoger a sus hijos y sin saber cómo estaban dentro. Fue mucho tiempo de angustia. Si un niño hubiera estado en el patio, le hubiera podido caer un ladrillo encima”, afirma Miguel Ángel Castillo, representante legal de los padres.
El vacío legal
Actualmente 10 padres de familia conforman el grupo legal que analiza presentar una denuncia contra el colectivo Tonantzin. Sin embargo, temen represalias. Buscan mecanismos para que sus datos personales queden reservados.
“No podemos permitir ese grado de violencia en contra de una institución donde hay niños adentro con el argumento de buscar justicia social”, asegura el abogado.
La denuncia sería por violencia, amenazas y por poner en riesgo los derechos de los menores, entre ellos su integridad física y emocional.
Daniel, alumno de preparatoria (nombre cambiado), ha estudiado en el Grupo Kent desde que estaba en la guardería. Para él y sus compañeros, ver atacada su escuela ha sido frustrante:
“Entiendo que la denuncia es grave, pero no deberíamos atacar sin pruebas (el proceso legal sigue en la Fiscalía) ni destruir la institución. Para nosotros, la escuela es nuestra segunda casa. Y nadie quiere sentirse amenazado en su propia casa”.

Hasta ahora, el mayor reclamo de los padres es que la Fiscalía General de Justicia (FGJ) de la Ciudad de México dé celeridad y certeza legal a la denuncia de abuso sexual interpuesta el 19 de enero de 2024.
“Desconocemos por qué se ha tardado tanto. Lo que más le interesa a un padre de familia es tener la certeza de que su hijo está en las mejores manos”, insiste el abogado.
Ximena García asegura que entregaron a la Fiscalía absolutamente todo el material grabado de ese día –22 de diciembre de 2023–, cuando la madre llevó a su hija al médico tras recogerla de la escuela y notar signos de malestar físico en su zona genital: cuatro terabytes de videos registrados por 13 cámaras del plantel.
Notivox publicó el pasado 31 de julio que tuvo acceso a esas grabaciones: desde las 09:40 horas, cuando la menor ingresó, hasta las 17:46 horas, cuando fue entregada a su madre. Sin embargo, en el archivo hay un vacío entre las 15:09 y las 17:25 horas.
Tanto Miss Paty como el abogado explican que esa ausencia o “vacío” se debió a que la niña se fue a comer con su mamá.
Y en tanto, la denuncia legal por presunto abuso sexual de una menor de edad sigue su curso en la parsimonia de los laberintos de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México.
MD