Cultura

Franciscanos y opulentos

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Debe ser difícil hacerle el feo al lujo. AFP
Debe ser difícil hacerle el feo al lujo. AFP

Hubo una vez un tiempo en que la gente amarraba a los perros con un chorizo y no se lo comían. Lo decían los abuelos, no del todo en broma, para dejar constancia de los años de mierda que a los entonces jóvenes nos tocaría vivir. De acuerdo a la experiencia, sin embargo, es más fácil que un can muera empachado a que deje un pedazo de carne sin zampar. Y en cuanto a las personas ello es aún más difícil, pues si en vez de tentarles con un chorizo les dejamos a solas con uno o varios fajos de billetes, lo único seguro es que no habrá manera de verles el polvos. Ni a ellos ni a

la marmaja.

Algo tiene de erótico el dinero, especialmente para quienes hablan mal de él. No son pocos los clérigos que día con día fustigan los placeres carnales que ellos mismos practican, justamente a la sombra de su famoso voto de castidad. Ciertamente parece una contradicción, aunque no una rareza ni un asunto gratuito. Habría que ver la clase de fantasmas que persiguen a quien se pasa el día escuchando pecados, no pocos de ellos en extremo cachondos, y el inmenso placer que supone saltar ciertas barreras para quien ha jurado respetarlas. Ya dijo Georges Bataille que el erotismo nace de la prohibición, y ésta lo multiplica irremisiblemente.

Últimamente se ha puesto de moda balconear los abusos, derroches y frivolidades de unos cuantos políticos que cultivan la fama de franciscanos. No falta quien se fije en el reloj, las botas, la blusa o el anillo cuyo precio no es sólo elevado, sino que incluso peca de estratosférico para quien ha vivido vituperando las riquezas ajenas y jactándose de su propia sencillez. Debe ser difícil hacerle el feo al lujo y presunción cuando se goza de un enorme poder y bulle la cosquilla del mal gusto. Sobra decir que el púlpito se lleva mal con la pasarela, pero igual la lujuria no entiende razones. Los nuevos ricos necesitan ser vistos, su ego nunca se da por satisfecho, pues halla en el exceso una revancha. Es como si en la espalda llevara una leyenda del tipo “¿No que no, bola de ojetes?”.

No es de extrañar que las familias puritanas engendren cantidad de ovejas negras. Cargar desde pequeño con un costal de prejuicios, interdictos y anatemas es habitar un mundo truculento donde las tentaciones son tan poderosas como la voz de mando que las condena. Ya sea que tus padres —mojigatos a ultranza resueltos a tatuarte su doctrina— te asestaran el nombre de Inmaculada, Lenin o Victoria de los Ángeles, tal afán de pureza lleva en sí mismo el germen de la transgresión. ¿Cómo no disfrutar desmesuradamente de una suite de mil dólares la noche, cuando desde pequeño se te sermoneó en torno a humildad y recato, no pocas veces con patente hipocresía? Puedo entender a la hija del bienaventurado luchador social que se solaza nadando en billetes, así como el prurito por quitarse la máscara y pavonearse en Instagram por su vida fastuosa. Libre al fin, ¿no es verdad?

En otras circunstancias inspirarían lástima y ternura, pero he aquí que defienden sus flaquezas con tanta enjundia y tan poco talento que mueven a la clase de risa desencantada que provocan las pésimas comedias.

Como un predicador atrapado in fraganti en un leonero, atribuyen los dimes y diretes resultantes a una conspiración de esas fuerzas oscuras para las que no tienen más que imprecaciones. Su mayor patrimonio, repiten, es moral, y en tal sentido nadie les aventaja.

En el fondo, no obstante, son ellos los primeros interesados en ostentar aquello que nunca antes tuvieron. No es un secreto que las carencias tempranas suelen acompañarnos hasta la muerte y tienen el mal tino de asomarse cuando más se esmera uno en ocultarlas. Pero, insisto, esta gente no quisiera taparlas sino presumirlas. Nuestra supuesta envidia es su alimento y no saben lo que es la saciedad.


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Xavier Velasco
  • Xavier Velasco
  • Narrador, cronista, ensayista y guionista. Realizó estudios de Literatura y de Ciencias Políticas, en la Universidad Iberoamericana. Premio Alfaguara de Novela 2003 por Diablo guardián. / Escribe todos los sábados su columna Pronóstico del Clímax.
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