Es un anticonceptivo de efecto prolongado, lo utilizan mujeres migrantes para llegar a EE.UU. desde sus países de origen con la intención de no quedar embarazadas por las violaciones constantes que sufren en su travesía por México.
Algunos lo llaman ‘’La mexicana’’ otros ‘’La antiméxico’’. Aplicarse dicho anticonceptivo de larga duración se ha convertido en una práctica común en miles de mujeres centroamericanas quienes asumen la violación sexual como parte del costo que deben cubrir para llegar al sueño americano, aceptando que la violencia es inherente de su condición como mujeres migrantes.
Tan solo en México en 2018 de acuerdo a datos de la SEGOB, se registró que el 35% de las mujeres migrantes son niñas no acompañadas, mientras que en 2019 aumentó a un 45% y contando.
En meses recientes el fenómeno de la migración se ha intensificado en gran parte por las afectaciones económicas, sociales y políticas derivadas de la pandemia que obligaron a muchas personas a desplazarse. Vulneradas en discriminación, incertidumbre, maltratos verbales, secuestros y abusos sexuales, para muchas de esas mujeres migrar representa un menor riesgo en comparación a la situación que vivían en sus países.
Tal es la necesidad que incluso llegan a comprometer el ejercicio de sexualidad mediante un acuerdo con algún hombre para acortar el riesgo de ser violadas o atacadas por otros hombres.
Visibilizar esta situación y dimensionar la terrible realidad de violencia que enfrentan las mujeres migrantes en México debe ser motivo no solamente de denuncia sino además de la implementación de acciones y políticas públicas que garanticen protección principalmente sexual y moral hacia dichas mujeres. No se trata de una nacionalidad, se trata de seres humanos que merecen derecho a la vida libre de violencia y acceso a un sistema integral de salud.
Nuestro país es el segundo a nivel mundial con mayores mujeres migrantes y según reportes del Consejo Nacional de Población, al menos seis de cada diez mujeres migrantes son violadas en su trayecto a EE.UU.
En este desafío de olas de un mar despiadado para nuestras mujeres, es necesario entender que no se trata solamente de cuestiones sociales o migratorias, estamos perdiendo velozmente la humanidad.
El abuso a la mujer migrante tiene consecuencias sobre la salud física y mental, las secuelas pueden ser desde lesiones y múltiples dolencias corporales hasta efectos psicológicos que las tornan dependientes y con dificultades para tomar decisiones por sí mismas. Muchas veces se aíslan y se recluyen tratando de esconder la evidencia del abuso, ya que, por si fuera poco, la sociedad tiende a responsabilizar a las mujeres migrantes víctimas de violación, haciéndolas sentir culpables.
Es inminente la necesidad de adoptar compromisos y abordar las causas profundas de los desplazamientos de tantas mujeres migrantes, velar en cada etapa por sus derechos humanos, y regresarles su dignidad como personas, protegerlas contra la violencia y erradicar la discriminación y xenofobia. Habrá que indagar sobre las razones de dichas mujeres que se rinden ante discursos dominantes y como estos impactan sus representaciones al ser etiquetadas como ‘’mujer pobre’’ no solo en lo material, sino que se asocia a estatus y estigmatizaciones. Esto es inadmisible, esto tiene que parar.
Verónica Sánchez