Los que nacimos en capitales tenemos un chip interno que nos mantiene alerta ante todo porque así nos educan nuestros padres. Sabemos que no podemos usar cadenas de oro y que los anillos solo son para fechas especiales. Nos resignamos a guardar nuestro reloj en una caja o lo tenemos en la muñeca que no quede expuesta en la ventanilla del auto.
El robo a punta de pistola es un tipo de violencia tan intrínseca a las capitales sudamericanas que siempre la diferencié del oasis urbano denominado Nuevo León. Aquí sufrimos con el narcotráfico y aberraciones relacionadas con el crimen organizado, pero este estilo de delincuencia nos incomodaba menos.
Me refiero a mirar de reojo cuando te estacionas o que te aborden para robarte tu reloj. Y si les menciono Sudamérica es porque lo que se padece en Caracas, San Pablo, Bogotá o Buenos Aires ahora lo importó el área metropolitana de Monterrey, porque es un terreno muy fértil para bandas extranjeras, debido a que la ciudadanía no está acostumbrada a cuidarse.
¿Cómo operan? Nunca son menos de 5 personas. Dos te hacen seguimiento en el súper o plaza comercial. Observan tu reloj, envían un WhatsApp al segundo grupo. Te esperan adentro de un auto y te asaltan apenas pisas la calle o cuando te acercas a su coche.
¿Cómo reaccionar? Imposible predecirlo. Quizá estés con tus hijos, tal vez traigas un arma, tal vez salgas corriendo. Lo ideal es simplemente entregarlo; consejo que se contaminará con tu adrenalina, un calor que te sube por el cuerpo y un temblor en alguna de tus piernas casi imposible de controlar.
En sí, vivir con miedo a que te roben se transforma en un sexto sentido maldito que deberás acuñarle a tus hijos y sus generaciones. Hoy, ese es el Monterrey que pocos quieren contarte, pero es el real; una Sultana donde deberás cambiar de hábitos o morir por el dinero que representas o cargas.
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