Cultura

Felipe Ehrenberg

De la vida y obra de Felipe Ehrenberg, fallecido el pasado 15 de mayo, ya se han ocupado muchos de sus amigos y críticos de arte –acaso Raquel Tibol la primera de ellos: como amiga maternal y crítica tenaz. Fue Tibol, precisamente, quien jaló mi atención hacia dos personajes excéntricos en el año de 1978 durante una sesión del Primer Coloquio Latinoamericano de Fotografía, que se celebraba en el auditorio del Museo de Antropología e Historia. El Consejo Mexicano de Fotografía, presidido por ese gran visionario llamado Pedro Meyer, logró convocar entonces a un heterogéneo grupo de fotógrafos, escritores y académicos de la región, además de un selecto contingente de Europa y Estados Unidos.

Estudiante de fotografía, en aquellos días febriles pude ver y conocer a Giselle Freund y Cornell Capa, a Rita Eder y Néstor García Canclini, a Boris Kosoy, Lucien Clergue y Raúl Corrales, el fotógrafo de la Sierra Maestra, cuando aún admirábamos a una revolución que había traicionado sus ideales ya en la misma Sierra Maestra. Entre personajes tan prominentes había dos que destacaban: Aníbal Angulo, fotógrafo de grandes bigotes villistas que retrataba divas desnudas para revistas erótico-culturales perseguidas por la censura priista, mojigata y feroz, y Felipe Ehrenberg –algo así como “montaña venerable” significa su apellido judío y alemán–, un artista igualmente extravagante que era el representante en nuestro país de las vanguardias artísticas que habían surgido en la década de los sesenta –como el movimiento internacional Fluxus, al que se integró activamente. Igualmente bigotudo, los dedos de las manos tatuados con imágenes de huesos, tenía la voz grave y aterciopelada y una mirada caída de galán de cine. Fernando del Paso bautizó a Felipe como un neólogo, alguien que continuamente estaba innovando en el campo de las artes, y Tibol definió su obra plástica como neográfica. En aquella sesión del auditorio, la crítica de arte dijo, con una sonrisa indiscreta, que en la casa de Felipe –una llamativa y laberíntica construcción de Manuel Larrosa, en el rumbo de San Jerónimo– se practicaba el nudismo –y acaso el amor libre, pensé lógicamente.

Después del Coloquio me incorporé al Consejo y ahí conocí a los fotógrafos y artistas reunidos en torno a ese proyecto que echaron a andar Meyer, José Luis Neyra, Lázaro Blanco, Enrique Bostelmann, Katya Mandoki, Lourdes Grobet y varios más. Ehrenberg no era un artista romántico, o no solo eso. Insistía en que los artistas debían aprender a vivir de su producción, saber negociar con galerías y museos, y con el Estado. Fue pionero de la nueva gráfica hecha con mimeógrafos, plantillas, sprays y fotocopias; fue editor alternativo en Londres durante su exilio a comienzos de los años setenta y, de regreso en el país, tallerista hiperactivo para enseñar a jóvenes artistas a crear con distintas herramientas y soportes, y también a vivir de su trabajo. Como fundador del grupo Proceso-Pentágono llevó la gráfica militante a las calles y el arte experimental y conceptual a las galerías.

Alguna vez lo acompañé en su campaña por una fallida diputación del ya legalizado y raquítico Partido Comunista y pocos años más tarde visité en muchas ocasiones su casa en Tepito, a donde se había mudado unos días después del terremoto de 1985 para ayudar al golpeado barrio bravo: acarreo de agua en pipas, recolección de víveres, ropa y cobijas, y lo que le pidieran los vecinos, que pronto lo vieron como a uno de los suyos, cábula y dicharachero.

Felipe fue padrino de la revista que publicamos Mongo y yo durante la segunda mitad de los ochenta. Junto al último poeta estridentista, Germán List Arzubide, presentó el primer número de La Regla Rota en una galería coyoacanense una cálida noche de la primavera de 1984 frente a una tumultuosa comunidad de artistas, periodistas y escritores. Esa vez llamó por teléfono a Sergio Mondragón, antiguo editor de El Corno Emplumado, una revista de poesía que alcanzó notoriedad mundial y que se publicó de 1961 a 1968; después cerró, acosada por el gobierno y sus editores fueron expulsados al exilio. Felipe me puso a Mondragón en la línea y me limité a escuchar sus consejos y una felicitación.

En La Regla Rota y en La Pus Moderna, otra revista que publiqué en los noventa, Felipe colaboró con textos y gráfica alusiva a la cultura popular y un par de dibujos pornográficos. Fue también impulsor e ilustrador de la revista Biombo Negro, de literatura policiaca, donde escribían su compañera Lourdes Hernández, Armando Vega Gil y El Fisgón –mucho antes de la eclosión del chairismo.

Era asiduo a las míticas saturnales que organizábamos los jueves rockeros en el legendario bar El Nueve, dirigido por otro visionario, Henri Donnadieu, y bailaba con la elegancia de un dandi socarrón.

Siempre lo vi animoso y cargado de energía. Nunca escatimó consejos a quien se los pedía y su opinión era siempre juiciosa y enterada. “Todas las grandes artes, la música, la literatura, son un acto crítico”, decía, como quería Steiner. A mí me parecía un rockero británico preparándose para tocar en la isla de Wight. No recuerdo ya en qué año lo vi por última vez, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Últimamente solo intercambiábamos comentarios y likes en el Facebook. Uno piensa que los amigos estarán ahí para siempre, que solo es cuestión de llamarlos, hasta que la puta muerte se los lleva de manera brutal e inesperada.

Pinche Felipe, ¿por qué te moriste, cabrón?

Google news logo
Síguenos en
Rogelio Villarreal
  • Rogelio Villarreal
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.
Queda prohibida la reproducción total o parcial del contenido de esta página, mismo que es propiedad de Notivox DIARIO, S.A. DE C.V.; su reproducción no autorizada constituye una infracción y un delito de conformidad con las leyes aplicables.