Escribí este texto en 2009, y se publicó en la desaparecida revista M Semanal que dirigía Roberta Garza y cuyo archivo, lamentablemente, fue borrado del ciberespacio. Hoy, 16 de septiembre de 2018, lo publico de nuevo como un breve homenaje a la patria y a mi padre, que cumplía años el mismo día. (Forma parte también de mi libro de crónicas ¿Qué hace usted en un libro como éste?, publicado por El Salario del Miedo y Almadía en 2015).
Mi padre se fue de viaje al más allá, sin despedirse, hace siete años. Ahora que fue mi cumpleaños brindé también por el suyo. En algún momento me pareció ver su risa socarrona y hasta creí escuchar su voz ronca diciéndome: ¡Salud!
Fue casi al salir de la infancia cuando me di cuenta del glorioso significado de la fecha de mi nacimiento: 16 de septiembre. Y de la de mi padre e incluso de la de mi hermano un año menor que yo: exactamente el mismo día. Nunca dejó de asombrarme la precisión del cálculo paterno para que sus dos primeros vástagos nacieran, con 365 días de diferencia, en ese día de fiesta nacional.
Durante la adolescencia me enorgullecía el hecho de haber nacido en la misma fecha —146 años después— en la que un cura criollo, concupiscente y revoltoso se atreviera a proclamar la independencia del vastísimo territorio de la entonces Nueva España. El 16 de septiembre significaba un día de fiesta y la celebración de nuestros cumpleaños por partida triple. Mi papá inventó, ocurrente como era, el Árbol de la Independencia, un pino navideño vestido con cintas de los tres colores patrios, pitos y espantasuegras y una pequeña bandera en la punta. Sólo una vez, por suerte, se le ocurrió a mis padres llevarnos al Zócalo a festejar el Grito. Jamás lo hubieran hecho, la escandalosa turba alcoholizada que celebraba tan solemne fecha con cohetones, huevos de harina estrellados en la jeta del primer incauto y manoseos descarados a las mujeres de sus prójimos me parecía más salvaje aún que los pobres indios y descastados que formaron las huestes del padre Hidalgo.
Entonces México era, para mí, un país extraño que solo conocía a través de los libros de texto y algunas revistas, el Alarma!, entre otras, que compraba mi tía Amelia –las escondía en un cuarto de servicio pero yo entraba a leerlas durante dos o tres horas atroces–, además de los viajes que hacíamos en las vacaciones de verano a Torreón, en medio del árido desierto, donde nació una parte de mi familia. Cruzábamos en ferrocarril —segunda clase— por el Bajío y el Altiplano pasando por míseros poblados donde los desarrapados lugareños mendigaban unas monedas o un poco de comida, la que nos sobrara. La mirada de agradecimiento de aquel niño de grandes ojos negros que devoró ansiosamente las cebollas con chile que nosotros habíamos despreciado me acompañó durante las largas horas que restaban del trayecto, lo mismo que la estrujante historia del niño violado por un gavilla de bandidos y abandonado en el monte, desangrándose por el ano, según le contó a mi madre una pasajera.
Las estampas que veía no se parecían a las de los libros escolares, con niños siempre sonrientes y bien peinados. Pronto desapareció el orgullo de haber nacido en esa fecha tan ilustre. A veces, mirando por la ventanilla del tren durante esas travesías interminables, me parecía ver hordas de indios y mestizos sudorosos y hambrientos desparramándose por los campos saqueando pueblos y ciudades, vengando su largo resentimiento, saciándose en la tersa piel de mujeres limpias y bien alimentadas —creo que leí una escena como ésta en Las lanzas coloradas, de Uslar Pietri—, como en los aciagos días de la independencia, de la revolución, de la cristiada.
El día de mi cumpleaños se convirtió solo en eso. Esperaba regalos y una fiesta divertida. Así fue durante mucho tiempo, hasta el malhadado día en que, en mi aniversario número treinta, una mujer a la que yo pretendía con el entusiasmo de un adolescente llegó a mi propio departamento, tan quitada de la pena, con otro hombre —extranjero, para más señas.
El viaje por la patria
- Columna de Rogelio Villareal
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Rogelio Villarreal
Monterrey /