Al Presidente no le gusta la palabra “empatía” y dice que ésta es neoliberal. No sé si ahora hay la pretensión en algunos, de que quienes escribimos, utilicemos cierto lenguaje que se acomode a los gustos y nivel intelectual del mandatario. Lo que me queda claro es que López Obrador no entiende lo que es la empatía y ciertamente ha dado pruebas de no tenerla con el pueblo, con el que dice identificarse, pero al que ha hundido con sus decisiones.
Puede que no sea incluso intencional. Quizás es simple incompetencia. Pero lo cierto es que hasta ahora no se le ha visto cerca del mismo; no se quiere mojar o enlodar los zapatos y no está dispuesto siquiera a ponerse unas botas de hule para pisar los charcos. Y ni por asomo se acerca a un hospital. Lo suyo es la plaza pública y las conferencias de prensa, cada vez más a modo, con lamebotas y lambiscones al por mayor.
Dijo el Presidente en su mañanera de hace unas semanas que existe “antipatía” o “simpatía”, pero no “empatía”. Así que, según su propio diccionario, la empatía no existe. Entonces lo que él siente por el pueblo sólo puede ser o simpatía o antipatía. Y a juzgar por sus acciones y los resultados de las mismas, lo único que se puede concluir es que él en realidad tiene una enorme antipatía por el pueblo. No sería el primer populista que tiene esos sentimientos. Está demostrado que Mussolini y Hitler odiaban a sus pueblos, que los consideraban cobardes, manipulables y por lo tanto sacrificables.
En la pandemia de este año terrible, los liderazgos mundiales han sido puestos a prueba. Y ha quedado claro que hay por lo menos dos tipos de dirigentes: aquellos que han mostrado empatía con la población y aquellos a quienes no les ha importado el número de contagios, de enfermos o de muertos. Entre los primeros han destacado muchas mujeres, como Angela Merkel en Alemania o Jacinda Ardern de Nueva Zelanda. Entre los segundos están los presidentes Trump, Bolsonaro y López Obrador. Una característica común entre estos últimos es el desinterés palpable por salvar vidas, en aras de proteger —curiosamente— el crecimiento económico o sus proyectos personales.
Así, por ejemplo, en México, en lugar de apoyar a los pequeños empresarios o directamente a la gente para que no tuviera que salir de sus casas, el Presidente prefirió no aplazar la construcción del Tren Maya y la refinería. El resultado ha sido más de 120 mil muertos, la mayoría entre los más desprotegidos, por obvias razones (Neza e Iztapalapa son testimonio de ello). Es más que obvio que López Obrador no tuvo empatía con las poblaciones a las que inundó en Tabasco, porque eran sacrificables.
Frente a un discurso de Merkel donde, desesperada, dice en el parlamento que no pueden acostumbrarse a tantos muertos, contrasta la indiferencia, el alejamiento, el desinterés palpable del presidente mexicano. Un mandatario que ha preferido contar chistes, burlarse, atacar a sus opositores en lugar de atender esta emergencia. Así que este año quedará para la historia como aquel en el que nuestro Presidente nos dijo que la pandemia le venía “como anillo al dedo”. Si eso no es falta de empatía, no sé cómo llamarlo.