Entre otros muchos aportes, la Ilustración popularizó una idea de ciudadanía que se distinguía de la grecolatina por tres rasgos:
1. Para ejercer como ciudadano es indispensable tener garantizado un orden político democrático, que permita el ejercicio y disfrute de una serie de libertades básicas exigibles por cualquier persona.
2. Al ser el resultado de un pacto social, la ciudadanía es una condición voluntaria que no puede imponerse nadie.
3. Encarna un conjunto de derechos y deberes que disfrutan y cumplen quienes pertenecen a un determinado Estado.
De aquel tiempo a la fecha, la ciudadanía, como dice la filósofa española Adela Cortina, ha funcionado como concepto mediador, donde el ciudadano se ocupa de las cuestiones públicas y no se contenta solo con dedicarse a sus asuntos privados. En este sentido podemos decir que la ciudadanía no solo es un medio para ser libre, sino el modo de ser libre en una democracia que genera espacios para que las y los ciudadanos deliberemos y participemos en la construcción de la sociedad que nos merecemos.
Esto último se dice y escucha fácil, pero no lo es. La democracia representativa exige a la ciudadanía actuar de manera inteligente, especialmente en lo que se refiere a la elección de sus representantes. Pero, ¿qué significa votar de manera inteligente?
Para no enredarme mucho, el voto inteligente es el que se aleja del emotivismo, el revanchismo, la ignorancia, la conveniencia ramplona, la tozudez, la decepción y apatía respecto a la cosa pública, el que garantiza los contrapesos en las cámaras de representantes y, entre otras muchas cosas más, el que se mantiene lejos del cinismo.
Más allá de las filias y fobias, si queremos entregar nuestro voto de manera inteligente, debemos dárselo a quien garantice que los intereses de todas y todos se vean representados; establezca nuevos mecanismos –o mejore los existentes– para promover la participación y deliberación pública; promueva procesos de gestión gubernamental transparentes; tenga disposición y establezca los mecanismos para rendirnos cuentas; se juegue la piel para garantizarnos el acceso al conjunto de bienes y derechos requeridos para que nuestra vida florezca independientemente de nuestro origen étnico, cultura, costumbres, religión, posición económica, etcétera.
Este fin de semana nos jugamos la subsistencia de nuestra vida en democracia. Si queremos conservarla, debemos actuar tal como lo haría una ciudadanía inteligente: acudiendo a votar.