La prudencia, es una virtud que, a la luz de los valores y en su forma operativa, nos ayuda a actuar con mayor conciencia frente a situaciones ordinarias de la vida.
La prudencia es discreta, pasa inadvertida.
Pero nos admiramos de las personas que normalmente toman decisiones acertadas, dando la impresión de no equivocarse; sacan adelante y con éxito lo que se proponen; conservan la calma aún en las situaciones más difíciles; percibimos su comprensión hacia las personas y jamás ofenden o pierden la compostura.
Así es la prudencia: decidida, activa, emprendedora y comprensiva.
La prudencia es el valor que nos ayuda a reflexionar y a considerar los efectos que pueden producir nuestras palabras y acciones, teniendo como resultado un actuar correcto en cualquier circunstancia.
Pero debemos eliminar la equivocada imagen que algunas personas tienen de la prudencia como modo de ser, se le puede confundir con una personalidad gris, insegura y temerosa en su actuar, tímida en sus palabras, introvertida, excesivamente cautelosa y haciendo todo lo posible por no tener problemas... No es raro que una imagen tan poco atractiva provoque el rechazo y hasta la burla de quienes así la entienden.
Pero, atención, la prudencia no se forja a través de una apariencia, sino por la manera en que nos conducimos ordinariamente. Posiblemente lo que más nos cuesta trabajo es reflexionar y conservar la calma; la gran mayoría de nuestros desaciertos en la toma de decisiones, en el trato con las personas o dar opiniones, se deriva de la precipitación, la emoción, el mal humor, una percepción equivocada de la realidad o falta de una completa y adecuada información.
La imprudencia siempre tendrá consecuencias en lo personal y colectivo, según sea el caso: como quienes se adhieren a cualquier actividad por el simple hecho de que “todos" estarán ahí, sin conocer los verdaderos motivos; las consecuencias que pueda traer el asistir a lugares poco recomendables, creyendo que estamos a salvo; participar en actividades o deportes de alto riesgo sin tener la preparación necesaria, conducir siempre con exceso de velocidad o asumir actitudes temerarias y falsas para “quedar bien” frente a los demás.
Ser prudente no significa tener la certeza de no equivocarse, por el contrario, la persona prudente muchas veces se equivoca, pero tiene la habilidad de reconocer sus fallos y limitaciones aprendiendo de ellos. Sabe rectificar, pedir perdón y solicitar consejo.
La prudencia nos hace tener un trato justo y generoso hacia los demás, edifica una personalidad recia, segura, perseverante, capaz de comprometerse, generando confianza y estabilidad en quienes le rodean, con la certeza de tener a un guía que los conduce por un camino seguro.