El 26 de enero se cumplieron ocho años de la desaparición física de José Emilio Pacheco (1939-2014), poeta, narrador, ensayista, guionista de cine, pero sobre todo Hombre de Letras. Reconocimientos nacionales e internacionales obtenidos a lo largo de su vida hablan de la importancia y trascendencia de su obra, la cual sigue vigente, al tiempo que es motivo de estudio y análisis por parte de especialistas.
Y como suele suceder, todos los que nos consideramos sus lectores tenemos uno, o varios libros favoritos. En mi caso, quizás por ser de los primeros que llegaron a mis manos es El Principio del Placer (Era, 1972) Colección de cuentos y una pequeña novela que da título al libro, y que trata sobre Jorge, un adolescente que a mediados del Siglo XX, vive en Veracruz y por iniciativa de un profesor lleva un diario en donde plasma sus experiencias agridulces, siendo fundamental el primer amor.
Como maestro de Literatura a mediados de los noventa, la consideré una adecuada novela juvenil que recomendé a mis alumnos de los dos grupos que atendía en la Preparatoria Regional de Zapotiltic de la UdeG. El problema fue que no todos pudieron conseguirla, y entonces se les hizo fácil fotocopiar la obra que la editorial Alianza había lanzado en formato de mini libro y solo con la mencionada historia.
Los ensayos que me entregaron permitieron darme cuenta que no me había equivocado: poco más de setenta estudiantes relataban entusiasmados la lectura del libro, al grado que más adelante, y por iniciativa propia algunos empezaron a buscar otras obras del mencionado autor.
Durante la FIL de Guadalajara 1995, el Homenaje Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez fue precisamente para José Emilio Pacheco. Mientras estuvo en la perla tapatía se dio tiempo para otras actividades, entre ellas ofrecer una plática en la librería Gandhi —que en ese entonces estaba ubicada sobre la avenida Chapultepec— adonde llegó acompañado por su esposa Cristina, su representante y un gente de la editorial Era.
Fue curioso que a pesar de estar rodeado por muchos de sus lectores —llevaban sus libros para que se los firmara—, nadie se animaba a cuestionarlo. Fue así como con timidez levanté la mano y le pedí que hablara de El Principio del Placer y de Veracruz. Una sonrisa asomó su rostro y contó anécdotas del tiempo que vivió en el puerto, de lugares que frecuentaba, y de los tranvías en los que se transportaba y paseaba.
Finalizada la charla le confesé sobre la forma como habían leído su novela mis alumnos. Muy serio me dijo que eso no estaba bien y señaló a su representante para que hablara conmigo. Tal vez al verme preocupado soltó una carcajada y me dijo: “Es broma José Luis; mientras los jóvenes me lean que fotocopien todos los libros que quieran, porque se forman como lectores, y porque sé que no todos tienen los recursos para adquirirlos”.
Antes de despedirse me formé en la fila para que me firmara un ejemplar de El Viento Distante, con amabilidad escribió esta dedicatoria: “A José Luis estos cuentos del Veracruz que él ya no conoció. Con afecto y agradecimiento. José Emilio 95”.
Ocho años han transcurrido de su partida, y lo sigo (re)leyendo con el mismo entusiasmo de aquel joven que fui.
José Luis Vivar