Hacía tiempo que no me encontraba con una serie de televisión tan profunda como divertida y humana. Me refiero a Sex Education, una comedia inglesa que se puede ver en Netflix, y que desde el lanzamiento de la primera temporada en enero 2019 ha resultado ser un éxito de taquilla, con decenas de millones de fans alrededor del mundo. La segunda temporada se estrenó en enero de este año. Desde ahora espero con entusiasmo la tercera.
Por lo general, las historias de cuitas adolescentes no son lo que busco cuando quiero distraerme. No me atraen, pues me resultan sosas y llenas de estereotipos. Sex Education ofrece historias y problemáticas de la que todos podemos aprender, y momentos con los que nos podemos identificar. En primer lugar, corrobora la idea de que las industrias creativas tienen una buena recompensa cuando ofrecen contenidos de alta calidad: un buen guión, un trazo impecable de personajes que nos muestran su vulnerabilidad y la complejidad de sus emociones, excelentes actuaciones, diálogos creíbles, y una banda sonora maravillosa que se entreteje de manera astuta con las diferentes situaciones que se viven.
Sin pretender vender trama, doy aquí la línea argumental que centra su atención en Otis, un adolescente preparatoriano que está preocupado por su nula vida sexual. Otis es un chico raro, aunque en realidad, no existe tal rareza. Él es inteligente y sensible, con una conciencia plena de la etapa en la que vive y del mundo en el que está inmerso. Otis vive con su mamá, que es terapeuta sexual, hecho que le incomoda y le estorba, sobre todo porque ella invade en todo momento su privacidad. Alrededor de ellos se presentan una serie de personajes y situacionesen momentos delirantes; Otis, alentado por Maeve —su compañera de clase— descubre sus dotes de terapeuta sexual y abre junto con ella un consultorio en unos baños abandonados de la escuela del cual sacan provecho económico. Es en ese espacio secreto donde empieza a abrirse ante nosotros la vida interior de muchos adolescentes, sobre todo sus inseguridades y algunas dificultades que experimentan con dolor y vergüenza. Ese espacio sucio se convierte en un lugar seguro, donde cada chica y chico son escuchados y tratados con enorme respeto, y donde se abre la posibilidad de comunicarse en un nivel más profundo. Claro, esto va acompañado de un cobro. Lo que quiero decir es que en ningún momento la serie es complaciente, ni idealiza las relaciones entre las personas. Simplemente, logra mostrarnos el universo adolescente con todos sus matices.
Voy a dar aquí un ejemplo de algo que me pareció muy bien logrado. Me refiero al asalto sexual que vive Aimee, la mejor amiga de Maeve y compañera de clase de Otis. Es una experiencia que sufre mientras va en el autobús cargando un pastel de cumpleaños; un extraño se le acerca y se masturba en su pierna, sin que nadie haga nada por ayudarla a pesar de sus gritos. En un principio, Aimee desestima el asunto, hasta que Maeve la obliga a ir a la prefectura de policía a reportar el incidente. Lo interesante sucede cuando Aimee, Maeve y otras compañeras son castigadas en la biblioteca, con la consigna de reconocer algo que ellas compartan, una cosa en común. Tras discusiones y tensos desencuentros entre ellas, tristemente llegan al tema que todas comparten: todas han sido víctimas de asalto sexual. Esta escena de las chicas contando su historia me conmovió. La manera en que desahogan su ira es catártica. El compromiso de los creadores de la serie de ofrecer una mirada positiva hacia la sexualidad, de explorar otras masculinidades más sensibles y abiertas a los otros, de mostrar relaciones femeninas solidarias, ofrecen otro horizonte al público espectador.
Frente a las noticias de los tiroteos con los que abre este año que nos siguen magullando el corazón, la década de 2020 ofrece a su vez narrativas frescas y alentadoras sobre las relaciones humanas, y la posibilidad de crecer y cambiar.