Estuve varias veces en la redacción de los Cahiers du Cinéma en París, un espacio sobrio y casi elegante, como la sala de un sofisticado solterón, con pocos redactores, sin el aspecto de una oficina concurrida por periodistas apresurados y angustiados. Todo lo contrario. Rondaba por ahí una banda de jóvenes desmadrosos que de reojo me veían siempre como un bicho raro mientras hurgaban en los estantes en busca de los ejemplares atrasados de la revista que les pedía. Bromeaban conmigo con un humor punzante, agudo, culto, como los niños que juguetean con un bicho raro. Me ofrecían café, vino, cerveza y me preguntaban si en México había cines. Se morían de la risa.
Un día supe por las páginas de la publicación mensual que a finales de los 80 habían descubierto a Luis Alcoriza y su película Tiburoneros. Un entusiasmado Vincent Ostria dejaba ver entonces en los Cahiers du Cinéma su enorme entusiasmo por el viejo compañero de Luis Buñuel, “un cineasta del todo apasionante, largamente ignorado en Francia hasta la aparición de este inédito”. Y declaraba enseguida a Alcoriza “como uno de los mejores realizadores mexicanos, con Buñuel y Emilio Fernández”. Lo malo es que Tiburoneros fue filmada en 1962.
No importa que la revista francesa hubiera demorado unas dos décadas en descubrir a un cineasta hispano-mexicano con una larga trayectoria. Lo realmente trascendente es la vocación de los Cahiers por los hallazgos, las revalorizaciones, las redefiniciones, las puestas al día y el culto al talento, que ponía siempre al cine en el pedestal del arte. Una vocación tan bien definida que hizo de los Cahiers una suerte de biblia del cine para los amantes de arte fílmico y sus creadores.
Con los más brillantes teóricos y prácticos del cine escribiendo en sus páginas reseñas, críticas, análisis, entrevistas y reportajes, la revista fundada en 1951 por André Bazin, Jacques Doniol-Valcroze, Joseph-Marie Lo Duca y Léonide Keigel hizo de su defensa del cine de autor una de sus banderas mayores, sirvió de foro para la consolidación de la Nueva Ola Francesa y convirtió en mitos a cineastas como Jean-Luc Godard y François Truffaut, surgidos de sus filas.
Con una trayectoria tan exitosa, los Cahiers recorren ahora un camino similar al que transitaron otras publicaciones extraordinarias en Francia, como Le Monde, Libération o el Nouvel Observateur. Sus nuevos propietarios han decidido ponerla al servicio de las compañías distribuidoras de películas y de los intereses en el mundo del espectáculo. En consecuencia, el equipo que la ha hecho posible ha renunciado en masa hace unos días.
Con la comercialización de los Cahiers buena parte de lo mejor del cine en el mundo entero habrá muerto en estos días. Aunque tal vez el equipo editorial de la venerada revista intente un regreso con otra publicación similar. Ojalá así sea por el bien de todos.