Cementerio es el lugar donde están los vestigios materiales (urnas con cenizas o cajas con huesos), pero debe existir un lugar donde residan los restos espirituales (sonrisas sin bocas, miradas sin ojos).
Hay dos versiones de la trascendencia bajo la especie de cielo.
Una posee raigambre filosófica clásica: “el cielo es el lugar de los espíritus”; la otra rezuma sabiduría contemporánea: “el cielo es el lugar del encuentro con los seres queridos”.
Siempre es doloroso asistir a los lugares de los seres queridos caídos en desgracia: cementerios (muertos), hospitales (enfermos), velatorios (muertos) y cárceles (presos), pero en esos lugares se potencia la expresión luminosa de la vida por contraste: es más intenso el fulgor de un cigarro, el rielar de una luciérnaga o la libertad de una risotada a contrapelo.
Por eso cuando murió el padre de Ella sentí como nunca la vivacidad portentosa de la canción Mi viejo de Piero.
Porque Ella lloraba conmigo aferrada a mi brazo. Reflejaban sus lágrimas el más intenso, hondo y transparente, dolor humano.
Y nuestros corazones vibraban al unísono: porque yo también adoraba a su padre y pude sentir cómo, desde una dimensión que nunca veremos en este mundo y que apenas sospechamos, él nos abrazaba al mismo tiempo que pronunciaba nuestros nombres, y enjugaba con amor nuestras lágrimas.