Llama la atención que, en esta administración, ciertas renuncias sean muy públicas —deliberadamente o no— y detalladas en las razones. Muy al contrario de lo que sucedía en sexenios anteriores, cuando los motivos de éstas sólo se sabían, en grado de rumor, dentro del círculo rojo: ese era el negocio y función de algunos columnistas, cuyos lectores dependían de los chismes que les llegaban. Cuando se informaba era porque se trataba de renuncias demasiado grandes u obvias como para dejarlas sin explicación.
Ahora tenemos una ventana, aunque sea pequeña, para ver cosas que suceden en todo gobierno y que, por el perfil de algunos colaboradores, permiten ser aireadas, dar una idea de qué está sucediendo en ese espacio siempre poco conocido de la toma de decisiones. Por una parte, hemos atestiguado una diferencia en el estilo de gobernar. El presidente prefiere a los rudos que a los técnicos: fue el caso de las renuncias de Germán Martínez –que acusó la injerencia perniciosa de algunos funcionarios de Hacienda en el IMSS: “ahorro y más ahorro, recortes de personal y más recortes de personal, y un rediseño institucional donde importa más el ‘cargo’ que el ‘encargo’”— y de Jaime Cárdenas, quien mencionó que su renuncia se trató de “diferencias de método” entre él y Alejandro Esquer, del área de la Secretaría Particular: “yo insistía de manera muy puntillosa en el cumplimiento de procedimientos administrativos, en el reglamento”, afirmando que no se han logrado revertir ciertas inercias administrativas, “algunas de ellas corruptas”. A Germán y Jaime quizá los distinga una suerte de responsabilidad pública, lo que algunos llamarían honor, aunque haya quien lo vea como falta de compromiso con el encargo o falta de aguante, como sugirió el presidente. Ha habido más renuncias por diferencia de estilo que por incompetencia (cuando al presidente le parece que alguno no es competente, llama a Marcelo o a otra persona de confianza a desfacer el entuerto).
Por otro lado, hemos atestiguado la gestión de las contradicciones en el interior del gobierno, que son de dos tipos: entre grupos ideológicos y grupos de poder. Destaca la de Víctor Manuel Toledo, ex titular de Semarnat, cuyo audio filtrado deja ver no sólo una distancia ideológica con un sector del gabinete sino también una pugna de grupos de poder entre los que destacan Alfonso Romo y Víctor Villalobos de Sader, cuyos intereses empresariales pesan de sobremanera, como con el tema del glisofato. Paradójicamente, su renuncia se dio tras esta filtración donde finalizaba con un llamado a su equipo para hacer política realista, con objetivos claros, lejos de toda idealización.
Y están también las pugnas entre grupos oligárquicos, como la que desnudó la renuncia de Carlos Urzúa, ex secretario de Hacienda —de quien se puede decir, leyendo sus columnas, que sencillamente ideológicamente nunca coincidió con los proyectos prioritarios del gobierno—. Aunque en su renuncia habló de la “imposición de funcionarios que no tienen conocimiento […] motivado por personajes influyentes con un patente conflicto de interés”, su salida se derivó de la pugna que sostenía con Alfonso Romo por los grupos empresariales distintos a los que ambos responden en Monterrey.
Una tercera forma de renuncias está pronta a inaugurarse: la de candidatos a cargos de elección popular, que sin duda repercutirán también en el delineamiento del perfil definitivo del gabinete del presidente López Obrador.