Y sus hijos tenían iniciativa para hacer las cosas; eran comedidos. Pedían las cosas por favor. Nuestros abuelos no iban a “Escuela para Padres”.
Pero sus hijos respetaban la casa, la hora de la comida. Ni de broma hacían gestos o caras de fastidio. Sus hijos se levantaban temprano y se ponían a hacer lo que les correspondía. Nuestros abuelos no leían a Stephen Covey, ni a John Maxwell, o a Martha Alicia Chávez.
Y sus hijos no los ignoraban, ni contestaban de mala manera. Ni se aislaban en su cuarto al llegar de la escuela.
Las abuelas no hacían guisos al gusto de cada hijo. La casa no era fonda, ni ellas meseras de nadie. Había una hora para comer y se hacía sobremesa para estar compenetrados en sus vidas diarias.
Ellas no iban a cursos de “Empoderamiento Fememino”. El abuelo respaldaba su autoridad... No quitaba castigos ni descalificaba a la abuela.
La adolescencia se acababa a los 18. A los 20 los hombres, por ejemplo, ya eran hombres de verdad: trabajaban y eran responsables de una familia. No les llegaban los 30 acostados en la sala de sus padres frente a un videojuego.
La “búsqueda de sí mismo” se hacía en los ratos libres. No a costillas de los padres. No existía el bullying en las escuelas; existían bravucones como todo el tiempo; pero el padre de familia estaba presente y enseñaba a su hijo a defenderse.
Por eso no había abusos ni crímenes escolares. Hoy; la figura masculina brilla por su ausencia o no cumple su cometido.
Nuestros abuelos no iban a conferencias. No necesitaban que les recordarán que ellos eran los padres. Nadie tenía que explicarles que sus hijos no podían gritarles ni insultarlos. Nuestros abuelos no iban al psicólogo para que les dijera lo que ellos ya sabían.
Si algo tenían de virtud es que no fingían ser ciegos ni sordos. Asumieron su responsabilidad y entendieron que su función principal era ser padres, antes que ser “cuatachos” de sus hijos. Ellos no negociaban castigos con sus hijos; ellos eran la autoridad y su función era dirigirlos y la de sus hijos obedecer.
Nuestro peor problema, para muchos padres hoy, es concluir tontamente que los hijos de ahora son “el problema”.