Anterior a la ciencia ficción hay una tradición literaria sobre utopías que inició en el siglo XVII. Donde el espacio y tiempo interrelacionan leyes no admitiendo la voluntad del hombre, resulta algo de otro planeta (el nuestro se rige por diferentes principios) que Ursula K. Le Guin inventa en El nombre del mundo es bosque (Ediciones Minotauro).
La obra de Le Guin es literalmente fantástica, ambientada en su mayoría entre Terramar y la federación de Ekumen. Sin embargo, esta vez llama Athshe al lugar para establecer a una nueva cultura que experimenta un sometimiento impropio de su especie.
El equilibrio natural de la obra parece realmente imposible, por lo cual debía inventarse.
Durante 1973 René Laloux estrenó el filme La planète sauvage, inspirado en una novela de Stefan Wul: Oms en série y cuyo argumento versa alrededor de una civilizada raza extraterrestre, los Draags, que manifiestan conflictos sociales y un desarrollo espiritual apartado de la especie humana, como en la novela de Le Guin.
Cuando algunos terrícolas quebrantan la estabilidad de una estirpe que vive pacíficamente, los athstianos, deben frenar su intromisión, implicando combatir aunque practiquen la no violencia. Esclavitud, abuso de recursos naturales y asesinato, nos caracterizan.
Su madre, Theodora Kroeber, quien también escribía, inculcó a Le Guin el gusto hacia la literatura; pero, aun prescindiendo de tal instrucción, ella habría escrito: estaba destinada a que verdaderamente perdurara su imaginación.
@erandicerbon