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Dylan en complicidad

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  • Enrique Blanc

Desde el lanzamiento de “Murder Most Foul”, esa desbordante canción de casi 17 minutos, el primer sencillo de Rough and Rowdy Ways, el nuevo álbum de Bob Dylan publicado hace unos días, su autor ya nos anunciaba que estaba por dar a conocer, como lo ha hecho en tantas otras ocasiones, un material deslumbrante, a la altura de sus títulos más consagrados.

Rough and Rowdy Ways resulta un álbum doble. Nueve canciones de reciente factura —además de “Murder Most Foul” que se incluye en un solo disco— que siguen abonando pruebas de la grandeza de su autor, uno de los poetas vivos más desconcertantes e influyentes de nuestros días.

Musicalmente, Dylan ha grabado el álbum junto a la banda que ha venido acompañándolo en sus presentaciones en vivo —suspendidas finalmente por motivos de la pandemia—, en la que destacan el guitarrista Charlie Sexton y el bajista Tony Garnier, orientándose hacia estilos que parecen provenir de días previos a la revolución que impusiera el rock en los 60, de la cual el propio Dylan fue uno de sus protagonistas. Es decir, blues, rock and roll al estilo Memphis, R&B y baladas de corte pop al uso de los años 50. Algunos invitados de primera están por ahí como Fiona Apple, Blake Mills —estos dos paradójicamente han lanzado también estupendos álbumes este año—, así como el tecladista Benmont Tench de los Heartbreakers.

Líricamente, Rough and Rowdy Ways es un disco apabullante que, dada la enorme cantidad de tributos que Dylan rinde lo mismo a sus autores favoritos que a sus compositores y cantantes predilectos, pareciera concebido entre los pasillos de una biblioteca o una fonoteca.

Si ya en “Murder Most Foal” el premio Nobel de literatura luego de recontar en sus propias palabras el asesinato de John F. Kennedy, pedía a Wolfman Jack —el afamado Dj radial de los 60—, que lo complaciera con piezas de músicos tan distintos entre sí como Nat King Cole, Thelonious Monk, John Lee Hooker y los Eagles. Un gesto generoso que rinde tributo a grandes figuras de las artes, pero asimismo revestido del rigor de alguien que pareciera más un historiador que un cantante de rock.

Si bien hay canciones más en esa modalidad tan acostumbrada por Dylan de ofrecer conclusiones a partir de las experiencias que arroja la vida como la romántica y reconciliadora “I’ve Made Up My Mind to Give Myself to You”, en varias otras los homenajes no cesan, como sucede en “Mother of Muses”, basada en un episodio de la mitología griega, donde se evoca a Elvis Presley y Martin Luther King, entre otros personajes célebres.

Hay humor también en “ My Own Version of You”, donde Dylan, inspirado en el relato de Frankestein, canta: “He estado visitando morgues y monasterios / Buscando las partes del cuerpo necesarias / Extremidades e hígados y cerebros y corazones / Le daré vida a alguien, es lo que quiero hacer / Quiero crear mi propia versión de ti…”

En “Goodbye Jimmy Reed” Dylan recrea con rigor el estilo que diera fama al bluesero negro fallecido en 1976 que evoca la propia canción. Y “Key West (Philosopher Pirate)” una de las más ambiciosa del disco, con sus nueve minutos y medio de duración, cita de nuevo la magia que la radio ha tenido para Dylan que una vez más se manifiesta como un gran lector y un insaciable melómano. En ella Dylan, respaldado por la caricia del sonido de un acordeón, reitera la influencia recíproca que mantuvo con los beatniks y canta: “Nací en el lado equivocado de las vías del tren / Como Ginsberg, Corso y Kerouac…”

Una obra compleja en general, Rough and Rowdy Ways, a la que Dylan le ofrece una de sus voces más claras y educadas de su larga carrera, otro argumento más para querer acercar el oído a esta luminosa catarata de sabiduría, vitalidad y exquisita música, ofrecida por este hombre que nos demuestra que la lucidez y el talento, aún en el invierno de su vida, siguen siendo sus solidarios cómplices.

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